lunes, junio 28, 2010

Declaración

Se pueden ir a rechingar a su pinchísima madre Aguirre y todos los empresarios alrededor de la selección nacional de futbol y de la concacaf y de toda esa mierda.

Ah, pero eso sí, Marcelo Ebrard será presidente en el 2012, a huevo.

jueves, junio 24, 2010

Twelfth part of I am a turist in Israel, my dears...

Chale, ayer tampoco escribí nada, es que qué hueva. Además pinche Aguirre que mete al derrotista Franco que contagió a los demás con su derrotismo, y luego a Cuauh que pos ya está muy viejito y dicen que lo han visto fumar tabaco en algún pinchi antro naco fresa al que seguramente iría a tomarse sus dos chelas y a ligar viejas con el culo levantado como putitas vulgares de burdel para niú richs, y que cómo abunda este prototipo de mujer en Praga, que no me chinguen, el metro de Praga parece un pinchi antro naco fresa o un pinchi burdel con putitas vulgares para clientes niú richs. Praga ya me está aburriendo, es una capital de casi dos millones de habitantes con puro pinche provincianote donde se ofenden si no les hablas de usted, jajaj, o alzan la nariz en signo reprobatorio si dices una aparente inmoralidad que no tiene nada que ver con la moralidad o cuando alguien dice groserías como parte del lenguaje común, normal y natural de la gente. Y luego con eso de que muy cultural y la chingada, ni tanto, o, más bien, como cualquier otra ciudad del mundo, sólo que aquí es más una onda culturalosa como la del papá clasemediero que se quiere ver medio culturaloso y tiene sus discos de Debussy o de Verdi o de Bach y sus libritos bobos y sus pinturitas naises. Luego en el metro se ve mucha gente leyendo libros sin dibujitos, pero son puro pinche best seller, cabrón, pero cabrón, y madres muy cabronas. No sé, creo que más bien soy yo que me estoy volviendo el clásico pendejo que sólo quiere ver lo malo de su alrededor para sentirse chingón o especial. No, hombre, pero pérense, porque luego están los mexicanos que me encuentro por aquí que son bien buena onda y con los que se siente una especie de unidad patriótica y se valoran muchas cosas de México, pero que si me pongo de honesto amargado, son puro pinche provinciano mexicano con pretenciones de ser quien sabe que cagada chapada en oro. Pero chingón también, trato de llevarme con una banda checa bien chida y amena y con una banda mexicana bien chida y amena. Bueno, ya. Estoy de bipolar esquizoide entre lo que me gusta y lo que no me gusta.

De regreso a Israel, después de descansar frente a las camionetas policiacas, paseamos por la Jerusalén vieja y restaurada del barrio judío que, la verdad, no es por proselitismo o mamadas como esas, yo fui un simple e ignorante turista, estaba arreglado de una manera muy agradable y acogedora donde además vimos rescates arqueológicos de la Jerusalén bizantina o de la de Herodes o quizá hasta la de una época más vieja. Visitamos la tumba del rey David, una iglesia donde se resguarda la tumba de la mamá de María o algo así recuerdo, frente a la tumba de David, vimos también un poco del barrio armenio y al final del día regresamos a Belén, a una triste ciudad palestina donde se escucha a los palestinos hacer frenones y arranconcitos con sus autos igualito a como se puede ver y escuchar en Coapa o en Satélite o en Colina del Sur o en Aragón. Pero cómo hay nacos en todo el planeta. Si se vendiera salsa Valentina en todo el planeta, habría una bandera mundial que tendría en medio un frasco de un anaranjado valentino, y eso que a mí me gusta comer mis palomas con Valentina en el cine.

En Belén, por más nacos y sucios que sean, la gente estaba triste y desanimada, imagínense que un día no se puede ir a trabajar o no se puede regresar a casa porque pasó algo, no se sabe bien qué, y cerraron las puertas metálicas y altas por las que se necesita pasar para hacer una vida cotidiana, y luego, por lo mismo, tener pedos en la chamba porque se falta o porque se llega tarde, un desmadre muy desagradable. Se nota también enojo y fastidio, pero más tristeza, desilusión y desesperanza entre la población palestina, y eso que visité Belén y Jericó donde no está tan pesado como en la franja de Gaza. Cuando dejamos el hotel de Belén, el dueňo del hotel y el dueňo de la agencia de autobuses y el chofer que nos condujo a todas partes se despidieron de nosotros en el comedor y nos agradecieron profundamente que hayamos pagado sus servicios y así ayudado un poco a la economía de Belén y de los palestinos, hasta organizaron un brindis con vino belenense. A Jindřich, mientras tanto, parecía que le daba completamente lo mismo lo que pasaba a su alrededor y alzó su vaso de jugo de naranja imitando a los demás y ya, y luego se sentó y platicó con un seňor que también coleccionaba aviones a control remoto como el propio Jindřich y que resultó que se conocían y que se conocieron en un evento de aviones a control remoto hacía varios aňos.

martes, junio 22, 2010

Twelfth part, bueno no, espérenme.

Ya me está dando demasiado hueva esto de contar mi viaje por Israel, la neta, pero por otro lado como que sí quiero seguirle. Entonces no sé qué hacer, y luego estoy triste porque hace cinco días que nadie entra a leer la novela que escribí y subí a la red. Así como tampoco mis dos libros de cuentos. Además está el mundial que trato de seguirlo completo, además también trabajo mucho los fines de semana y un poco entre semana. Bueno, el caso es que hoy no habrá twelfth part, pero la habrá maňana.

martes, junio 15, 2010

My dears modafokersitos, this is the eleventh part...

Llegamos a la entrada que nos lleva al muro. Había dos entradas, una para los que conducen bien los autos y otra para las que lo conducen mal. La zona varonil era mucho mayor que la zona femenil. Para entrar había que ponerse un kipá en la cabeza o un sombrero o una gorra o lo que sea que le cubriera la cabeza, si alguien no hubiera tenido algo para tapársela, no hubiera sido un incoveniente, había una cápsula de plástico que contenía decenas de kipás de color azul oscuro por fuera y por dentro tenía unas cintas de plástico con unos dientecitos para que el kipá se sujetara bien al pelo o a la calva y no se cayera por la fuerza del viento o por si uno mirara hacia arriba. Jindřich sacó uno de la cápsula para ponérselo y yo hice lo mismo. El muro abarcaba unos cien metros de largo, la parte que se dejaba ver a los ojos del cielo, porque había otra parte oculta que tenía una especie de entrada cavernosa de lado izquierdo. Encima de la entrada cavernosa estaba lo que empezaba a ser la ciudad vieja de Jerusalén, un muro alto que protegía los edificios que rodeaban la explanada de las mezquitas. Jindřich y yo estábamos medio sacados de onda y fascinados con la banda que rezaba junto al muro, la mayoría eran rabinos que vivían en Israel, básicamente en Jerusalén, y que recibían una mensualidad económica del estado. Tenían ropas viejas, usadas y algunas hasta rotas, pero se veían a gusto, orgullosos de su convicción y sacrificio. Eran estudiantes e interpretadores y maestros del Talmud y de muchos otros libros relacionados con el Talmud y con la historia de los hebreos. La mayoría de los que estaban rezando eran rabinos, había otros que no lo eran, había los que no rezaban y que nomás estábamos turisteando. Pudimos ver a rabinos tanto ancianos como muy jóvenes, vestidos de negro o con mantas blancas con bordados rojos, algunos tenían cintas de cuero con las que se rodeaban los brazos con fuerza y se veían como, no sé, entre punkigóticos o sadomasogueys, también tenían otra misma cinta de cuero en la cabeza que sujetaban una caja cuadrada negra justo a la altura de la cien, por supuesto, todos tenían barbas largas, si es que no eran imberbes todavía, y los rulos largos en las patillas, ah, y los que vestían de negro, se cubrían con una manta blanca o negra, algunos tenían sombrero o un kipá y la cinta con la cajita. Rezaban inclinando el cuerpo hacia delante y hacia atrás mientras leían o rezaban escritos en hebreo seguramente del Talmud o de la Tora, o sea, del antiguo testamento.
El Jindřich y yo pasamos por la entrada cavernosa y descubrimos a más rabinos y turistas a lo largo de otros cincuenta metros de muro sagrado donde también había una biblioteca medio grande con libros en hebreo y gente junto a los libreros leyendo parados o sentados en sillas de plástico tipo de la Corona. Junto a una de las cámaras que resguardaban los libreros con los libros había una placa de nombres de gente que donaron dinero o hicieron algo importante para el mantenimiento, recontrucción del lugar o algo por el estilo, y del lugar de donde vivían y la mayoría eran judíos de Canadá. Inspeccionamos bien la cueva y cuando salimos, Jindřich y yo nos despedimos del muro dándole un beso, acto que fotografiamos, y salimos de la zona varonil.
Encontramos al resto de nuestro grupo sentados sobre un murito que servía especialmente para sentarse y descansar del recorrido y del sol junto al estacionamiento de las camionetas militares y policiales jerusalenses. Entre las camionetas se veían grupos de tres o cinco soldados que descansaban, platicaban, bromeaban y se relajaban. Dos niňos se acercaron a saludar a dos soldados que les sonrieron con ternura, les sobaron la cabeza y les dieron de fumar de sus cigarros y se rieron y luego cuando notaron que yo y otras personas veíamos cómo les daban entre broma y broma de sus cigarros a los niňos se pusieron serios y se ocultaron detrás de una de las camionetas.
Vi sentada en el murito a la checa joven que viajaba con su mamá y me senté junto a ella, le dije hola y empezamos a platicar, luego de algunas informaciones que nos dimos me preguntó que qué onda entre Jindřich y yo, que por qué viajábamos juntos, que si éramos pareja o que si éramos padre e hijo. Y yo, chales, no me chingues, manigüis, pos qué pasó. Y ya le dije, no, ninguna de las dos, es que él es el hijo de la novia de mi abuelo y me miró perpleja y le dije: qué, a poco no habías pensado en esa posibilidad.

martes, junio 08, 2010

This is the fokini tenth p...

Sí, el mesías. Prosigamos con esto. Uno de los turistas checos de mi grupo trató de acercarse por un caminito a la gran puerta destinada al mesías que llevaba a una reja negra donde había un tubo de agua donde estaba conectada una manguera verde de plástico y poder asomarse a ver si podría descubrir algún misterio o tomar una foto privilegiada, o quizá tentado por la idea de ser él el mesías, pero uno de los soldados le gritó con energía y poder que no prosiguiera y que se alejara de inmediato, con tanta fuerza le había gritado que todos los demás nos asustamos, algunos de los checos de mi grupo parecieron a punto de entrar en un colapso nervioso. Conocía ese gesto en los checos porque en Praga, cada vez que sucede algo, no sé, cualquier ruido fuerte e inesperado, los checos muestran miedo y terror en sus expresiones, quizá todavía del rezago violento represor del socialismo soviético. Por suerte, el turista regresó con lentitud, como si desafiara a los soldados para ver qué harían y los soldados se calmaron y luego lo ignoraron barriéndolo con la mirada, parecían saber que no haría nada, quizá tendrían aňos de experiencia en ese tipo de turistas. Los demás integrantes del grupo se relajaron de inmediato y emprendimos la andanza hacia el otro extremo de la explanada, cerca del portal que lleva a la parte musulmana que pasamos de largo. Cruzamos un jardín de olivos muy bonito y agradable, lleno de árboles bajos con pequeňos frutillos, pero minúsculos, tanto que todavía no se veía venir la aceituna. Vimos a un jardinero israelita hebreo que parecía seguir las indicaciones del Talmud y que comía kosher y que se veía alegre, bonachón, que nos miraba amablemente, y que removía un pedazo de tierra quién sabe para qué. Seguimos nuestro camino, pasamos por una puerta principal del edificio de La roca, donde nos detuvimos unos minutos para que nos dijera algo el guía y hasta que nos sacaron de ahí tres hombres árabes vestidos modestamente con un gorrito en la cabeza que no era un Kipá, tenía otra forma, más como sombrerito, porque era la hora en que los musulmanes de la parte musulmana tomaban la explanada para sus rituales y porque comenzaba a entrar mucha gente por esa puerta principal del edificio de La roca. Muchos turistas trataron de entrar a La roca y ver qué había dentro, pero obviamente no los dejaron y los sacaron casi casi tocándolos e invitándolos a que se apresuraran en sus pasos. Pues ya tuvimos que salir de ahí, ni modo, eran las trece horas o las doce horas y ese era el final del horario de visitas para que los musulmanes tomaran sus instalaciones y pudieran hacer sus rituales y costumbres sin la mirada de ningún pinchi turista. Salimos por una de las cuatro puertas que enmarcan la explanada. La primera fue por donde entramos gracias al puente improvisado. La segunda fue esa por donde entrará o por donde ya ha entrado, y hasta varios, el mesías. La tercera puerta fue esa que da al barrio musulmán. La cuarta y última era por la que salimos de la explanada, una que da a una callecita estrecha o callejón, la Jerusalén vieja está llena de estos callejones, parece algo así como una ciudad vecindad con edificios de hasta tres o cuatro pisos con paredes de piedra de un color amarilloso, y este callejón por donde caminábamos parecía ser limítrofe entre el barrio musulmán y el barrio judío, religiosamente hablando, porque geográficamente hablando todos eran israelitas, y étnicamente hablando no se puede diferenciar con exactitud porque hay musulmanes de toda índole étnica y hay judíos que no son hebreos, y, bueno, justo al salir por este pasillo nos encontramos con cuatro soldados israelíes disfrazados de policías con cara de cansancio y aburrimiento, y al final del callejón, doblamos a la izquierda para pasar por otro módulo de vigilancia con más soldados israelíes disfrazados de policías y hasta con el marco ese electrónico que me caga la madre, y poder salir a otro espacio amplio donde estaba la entrada para acercarse al muro de los lamentos, o sea, lo que quedaba de la enorme zinagoga destruida por los romanos.

sábado, junio 05, 2010

Nineth fokini part of I am a nice turist in Israel, my dears...

Chalet, he estado ocupadón y no he tenido tiempo de postear, pero ahorita entrego uno chiquito y el martes, a más tardar, otro. Ya quiero terminar las partes de Israel porque ya se me antoja escribir otras cosas.

Cruzamos el puente improvisado y pasamos por un marco de piedra que parecía ser una reliquia antropológica, se nos abrió ante nosotros la plaza o la explanada o lo que sea de las mezquitas donde nos recibieron varios soldados bien armados que tomaban café y platicaban en grupos de dos y de tres. El guía checo nos platicaba varias cosas sobre el lugar, no recuerdo nada de lo que dijo, salvo algunos chistes que luego mencionaré. Sólo diré que el guía checo, en realidad, no era guía, era ecólogo y trabajaba en una empresa o alguna madre así y estaba de guía porque su pasatiempo es el estudio étnico de algunas culturas, como por ejemplo, los hebreos y su religión, entre otros temitas por ahí, y, bueno, este guía, un hombre cuarentón, alivianadón, sabía muchas cosas sobre el tema.
Vimos una antigua mezquita de nuestro lado derecho, a nuestro lado izquierdo estaba un lugar para lavarse las patas con banquitas de piedra frente a unas llaves de agua. En la misma dirección, un poco más adelante, se veía una fuente que tenía también llaves y banquitos de piedra para que se sienten los fieles y se laven las patongas, los fieles musulmanes, no los judíos ni los católicos ni tibetanos ni los japoneses ni los chinos ni los aztecas ni los marsianos ni los lunáticos, sólo los musulmanes, y puedan entrar a su mezquita descalzos como seguramente lo indica el Corán que deben hacerlo.

Jindřich miraba incrédulo y con hueva todo lo que se nos presentaba, el lugar donde empezó la forma de ser de occidente y, por consiguiente, casi del mundo entero. Parecía un niňo de doce aňos con su playera naranja y con su mirada risueňa y serena, tomaba fotos, se alejaba del grupo y se acercaba de nuevo.

Enseguida de la fuente, vimos la gran cúpula de oro que cubre la roca, creo que esa misma de donde voló Alá al cielo, igualito que lo hizo Jesús setecientos aňos antes e igualito que lo habrán hecho otros cuantos héroes, espíritus, ángeles, mesías, salvadores, etc., miles de aňos antes dentro de historias y leyendas fenicias, persas, mayas, aztecas, indús y de varias otras civilizaciones. El edificio de la roca era muy bonito, con azulejos pequeňos, como de vidrio, que formaban figuras indefinidas y que coloreaban alegremente el lugar. Desde así de cerca veía las paredes del edificio cuando llegó un grupo de adolescentes musulmanas con su maestra musulmana, todas morenas bonitas, y se sentaron debajo de un quiosquito, a unos metros del edificio de la roca. Las miré y hasta les tomé fotos. El techo del quiosquito donde estaban sentadas ellas y donde yo estaba parado mirando tenía tapizado agujeros de bala. El grupo de adolescentes musulmanas venía de la parte árabe musulmana de Jerusalén, parte por la que no caminamos como grupo de turistas, luego entramos ahí Jindřich y yo y a él le dio miedo, pero ese es otro episodio. Frente al edificio de la roca estaba la entrada sellada por donde se supone entrará el mesías judío. Esa puerta está bien custodiada por soldados, no vaya a ser que algún fanático quiera destruir la puerta y así ya no pueda entrar el tan esperado mesías o que otro fanático crea que es el mesías y quiera abrir la puerta a como diera luegar, incluso usando dinamita o una máquina tumba paredes, porque la puerta es una cosa muy grande de piedra que se podría abrir sólo con magia, no me lo explicaría de otra forma, bueno, la verdad, es que comencé a imaginar que si el mesías entrara por ahí sería una casualidad tremenda que consistiría en que el mesías no sabría que lo era, es más no sabría tampoco que era judío, como mucha gente en el mundo, y formaba parte de un equipo de ingenieros o de antropológos o una pendejada así y que tuvieran que hacer algo con esa puerta, restaurarla o investigar o poner drenaje o algo y que tuvieran que abrir la pinche puerta y entonces pasaría el mesías sin que él supiera que lo era, pero entonces pensé que pus nadie sabría que ya había pasado el mesías por ahí porque ni él lo sabría ni los demás lo sabrían, y entonces pensé, ya fue mi último pensamiento, que seguramnente ya habían pasado por ahí hasta diez mesías y que nadie se había dado cuenta, y entonces, ahora el último pensamiento, vi a Jindřich y le pregunté, güey, no serás tú el mesías. Me miró, se sonrió y se chivió.