martes, junio 15, 2010

My dears modafokersitos, this is the eleventh part...

Llegamos a la entrada que nos lleva al muro. Había dos entradas, una para los que conducen bien los autos y otra para las que lo conducen mal. La zona varonil era mucho mayor que la zona femenil. Para entrar había que ponerse un kipá en la cabeza o un sombrero o una gorra o lo que sea que le cubriera la cabeza, si alguien no hubiera tenido algo para tapársela, no hubiera sido un incoveniente, había una cápsula de plástico que contenía decenas de kipás de color azul oscuro por fuera y por dentro tenía unas cintas de plástico con unos dientecitos para que el kipá se sujetara bien al pelo o a la calva y no se cayera por la fuerza del viento o por si uno mirara hacia arriba. Jindřich sacó uno de la cápsula para ponérselo y yo hice lo mismo. El muro abarcaba unos cien metros de largo, la parte que se dejaba ver a los ojos del cielo, porque había otra parte oculta que tenía una especie de entrada cavernosa de lado izquierdo. Encima de la entrada cavernosa estaba lo que empezaba a ser la ciudad vieja de Jerusalén, un muro alto que protegía los edificios que rodeaban la explanada de las mezquitas. Jindřich y yo estábamos medio sacados de onda y fascinados con la banda que rezaba junto al muro, la mayoría eran rabinos que vivían en Israel, básicamente en Jerusalén, y que recibían una mensualidad económica del estado. Tenían ropas viejas, usadas y algunas hasta rotas, pero se veían a gusto, orgullosos de su convicción y sacrificio. Eran estudiantes e interpretadores y maestros del Talmud y de muchos otros libros relacionados con el Talmud y con la historia de los hebreos. La mayoría de los que estaban rezando eran rabinos, había otros que no lo eran, había los que no rezaban y que nomás estábamos turisteando. Pudimos ver a rabinos tanto ancianos como muy jóvenes, vestidos de negro o con mantas blancas con bordados rojos, algunos tenían cintas de cuero con las que se rodeaban los brazos con fuerza y se veían como, no sé, entre punkigóticos o sadomasogueys, también tenían otra misma cinta de cuero en la cabeza que sujetaban una caja cuadrada negra justo a la altura de la cien, por supuesto, todos tenían barbas largas, si es que no eran imberbes todavía, y los rulos largos en las patillas, ah, y los que vestían de negro, se cubrían con una manta blanca o negra, algunos tenían sombrero o un kipá y la cinta con la cajita. Rezaban inclinando el cuerpo hacia delante y hacia atrás mientras leían o rezaban escritos en hebreo seguramente del Talmud o de la Tora, o sea, del antiguo testamento.
El Jindřich y yo pasamos por la entrada cavernosa y descubrimos a más rabinos y turistas a lo largo de otros cincuenta metros de muro sagrado donde también había una biblioteca medio grande con libros en hebreo y gente junto a los libreros leyendo parados o sentados en sillas de plástico tipo de la Corona. Junto a una de las cámaras que resguardaban los libreros con los libros había una placa de nombres de gente que donaron dinero o hicieron algo importante para el mantenimiento, recontrucción del lugar o algo por el estilo, y del lugar de donde vivían y la mayoría eran judíos de Canadá. Inspeccionamos bien la cueva y cuando salimos, Jindřich y yo nos despedimos del muro dándole un beso, acto que fotografiamos, y salimos de la zona varonil.
Encontramos al resto de nuestro grupo sentados sobre un murito que servía especialmente para sentarse y descansar del recorrido y del sol junto al estacionamiento de las camionetas militares y policiales jerusalenses. Entre las camionetas se veían grupos de tres o cinco soldados que descansaban, platicaban, bromeaban y se relajaban. Dos niňos se acercaron a saludar a dos soldados que les sonrieron con ternura, les sobaron la cabeza y les dieron de fumar de sus cigarros y se rieron y luego cuando notaron que yo y otras personas veíamos cómo les daban entre broma y broma de sus cigarros a los niňos se pusieron serios y se ocultaron detrás de una de las camionetas.
Vi sentada en el murito a la checa joven que viajaba con su mamá y me senté junto a ella, le dije hola y empezamos a platicar, luego de algunas informaciones que nos dimos me preguntó que qué onda entre Jindřich y yo, que por qué viajábamos juntos, que si éramos pareja o que si éramos padre e hijo. Y yo, chales, no me chingues, manigüis, pos qué pasó. Y ya le dije, no, ninguna de las dos, es que él es el hijo de la novia de mi abuelo y me miró perpleja y le dije: qué, a poco no habías pensado en esa posibilidad.

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