viernes, noviembre 19, 2010

Y eso que no estoy bebiendo

¿Será que algún día escriba algo mejor que Beto Águila, Trolebús maravilla, Ojo deforme y El rinoceronte naranja? No lo sé, ojalá lo supiera, es más, todavía ni sé si ha valido la pena escribir lo que he hecho. Mientras tanto estoy engordando, envejeciendo, aburriéndome y trabajando arduamente para sacar algo de lana, sólo espero que no tenga que trabajar arduamente para sacar algo de lana durante el resto de mi vida.
Hace ocho años vivía en casa de mi padre con él y con mi hermano y me saldría de ahí pocos días después desilusionado, decepcionado, y a la vez lleno de esperanza y vida por delante. Iba a la universidad y escribía. Trabajaba todo el día, todos los días, de lunes a viernes, y domingos, a veces también en las noches, leyendo y analizando y escribiendo y corrigiendo y entendiendo todo lo que pudiera entender. Y los fines de semana había fiesta, mucha fiesta, a veces también entre semana.
Hace dieciseis años vivía con mi madre y con mi hermano en Mérida en una casa grande y colonial del centro histórico. Terminaba la secundaria en la escuela Modelo. En ese año me enamoré por tercera vez y lloré por tercera vez porque se me rompió el corazón por tercera vez. También me emborraché por primera vez y baile el gallinazo bien pedo en un antro playero de Chicxulub en las vacaciones de primavera, mejor conocidas como de semana santa. Recuerdo que me manché el pantalón de negro en la parte de las nalgas por la sucia loza blanca de la pista de baile.
Hace veinticuatro años vivía en un departamento en la calle Donatello en San José Mixcoac con mi madre y mi hermano, y poco antes también con mi padre. Mi padre iba por nosotros, nos despedíamos de mi madre en la puerta, salíamos del edificio y nos encaminábamos al metro Mixcoac para ir a algún lado, no sé, como al Burger Boy. Todo era muy desagradable.
Ahora vivo en Praga, soy escritor, gano dinero trabajando en un restaurante mexicano Las Adelitas, donde trabajo y convivo con paisanos con los que me divierto y a los que les escucho unas historias de vida aventuradas, complejas, raras, lunáticas, extrovertidas, frustradas, increíbles, tristes y fascinantes. Doy seis clases en una prepa praguense pública donde la subdirectora me transó una lana de mi sueldo, hablé con ella, me devolvieron la lana y hasta me subieron un poquito el sueldo. Todavía leo e incluso a veces me detengo frente a una hoja en blanco. Como se puede ver, no me queda mucho tiempo para escribir, pero para qué, nomás me enfrasco entre una historia y sus letras y ¡fum! me empieza a valer madres todo y me encontraré en la pobreza otra vez, no es que ahora sea rico, sólo que escribiendo no me alcanza ni para una tercera parte de lo que me alcanza ahora. Ahora puedo comprar un litro de un buen aceite de oliva al mes, por ejemplo, o un litro de un excelente tequila al bimestre, por otro ejemplo.
No tengo ni idea de dónde viviré ni qué haré dentro de ocho años, tendré treinta y nueve añotes, chale, me dan ganas de morir, la verdad, sin afán de dramatizar este humilde post, este humilde e inútil blog, esta humilde e inútil vida.

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