viernes, mayo 21, 2010

Seventh p... o... I... a... a t... i... I... d... m...

Mi amanecer en el cuarto del hotel en Belén fue agradable y rico. Lo sentí como una maňana invernal en Mérida. Eran las seis y media de la maňana y hacía un friíto de esos enferma pendejos porque parece que no hace frío y fácil sale uno en playera a la calle, pero tome perro, sí que hace frío, poco, pero el suficiente para que te de una gripita de esas incómodas y para qué enfermarse, sobre todo cuando uno está de viaje como era mi caso. Puras pendejadas pensé y pienso siempre a las seis y media de la maňana mientras veía las cortinas de poliester grueso de la ventana. En eso escuché el rechinar de la otra cama individual que estaba a un buró de distancia de mi cama y me dije casi cerrando los ojos, que no sea el Jindřich, no, que no sea él. Lo dije esperando algún tipo de milagro que haya sucedido durante la noche y que en lugar de él, estuviera, no sé, su hija adolescente bien hiper cachondérrima, pero no, no pasó el milagro, ni siquiera por haber estado en la tierra sagrada donde sucedieron tan grandes milagros. Belén, qué feita ciudad, la verdad, sin chiste, si no fuera por la información previa, nadie iría a pisar ese lugar pero ni por error.
Bajamos a desayunar al comedor donde nos esperaba el jamón más barato del planeta, pan de molde también bien baratronics, agua de calcetín con saborizante a café, un jugo de naranja peor que el de Bonafina, huevo duro y frutas y verduras. Jindřich se comió un chingo de pan con un chingo de jamón y un chingo del jugo de naranja. Estábamos sentados al final de una fila de mesas y al final de esa mesa, lugar escogido por Jindřich, parecía que no quería tener contacto alguno con la demás gente del tur, éramos los únicos en el hotel.
Salimos al fresco de la calle y nos subimos al autobús para ir a dar un rol por Jerusalén. Antes de salir de Belén esperamos como media hora para cruzar la muralla, había una fila larga de autos, casi no había camiones, a diferencia de la tarde anterior que salían muchos camiones turísticos. Eso me hizo pensar que a lo mejor los únicos turistas que dormíamos en Belén éramos nosotros. Y la fila de autos aquella maňana en su mayoría tenía las placas blancas palestinas. Por fin llegamos a la muralla, nos detuvimos ahí por orden de unos soldados israelíes que controlaban el paso. Había varios soldados, unos vestidos de negro y otros como si fueran a la prepa, eran muy jóvenes y había unos con dreds, otros al estilo medio ponketón o también los peinados con gel y los pelos parados o hasta los peinados a raya con lentes, pero eso sí, todos con una mirada seria de pocos amigos y una metralleta que daba miedo y a veces también pistola o rifles largos y poderosos. Dos soldados entraron al camión y caminaron por el pasillo, nos revisaron con la mirada, a algunos les piedieron su pasaporte y luego se bajaron por la puerta de atrás. Mientras pasaba eso, otros dos soldados revisaban el espacio para el equipaje que estaba vacío porque regresaríamos en la noche al hotel donde dormimos. Y, al mismo tiempo, también pasaba que el chofer del camión, árabe palestino, había bajado a la calle y platicaba muy a gusto con otros dos soldados como si se conocieran de toda la vida. Los cuatro soldados revisores dieron su visto bueno, se despidieron del chofer y seguimos el camino hacia Jerusalén.

2 comentarios:

LUZ ENCO dijo...

Ay, oyes.

MACARIO dijo...

Bien bien, por favor continúa, quiero saber más!