sábado, noviembre 28, 2009

Al final de mis veinte. Parte VII

Pues sí, fuchi con la derecha, muchas veces repugnante y vulgar, fuchi con la izquierda, muchas veces imbécil y provinciana, y refuchi las clases de historia y sus ineptas maestras y la débil administración y el débil comité académico del ciclo básico de la Universidad Autónoma de la Ciudad de México. Las maestras y maestros de historia o de Estudios sociales e históricos I, II y III ni siquiera han leído El proceso de Kafka, cuando se enfocan en el "proceso histórico" y la mamada y media. Querían ser los buenos de la sociedad y conscientizar a la población en general o por lo menos a la estudiantil sobre las manipulaciones históricas y políticas en los libros de texto y aclarar injusticias y etc. en México y en Latinoamérica, pero se convirtieron en los malos del cuento. La mayoría del alumnado de la UACM no avanza por culpa de estas materias del ciclo básico. Se lleva a cabo el viejo método del profe pendejo de secundaria que truena a todos y cree que así se demuestra su buena pedagogía. La pedagogía se afana en descubrir métodos que provoquen todo lo contrario. Apenas, en ocho aňos, se han titulado como veinte alumnos de una matrícula de casi veinte mil alumnos, aproximadamente. Qué curioso. El estado se gasta muchísimo dinero en esta universidad, pero mucho. Cada profesor de tiempo completo recibe mensualmente aprox unos veinticinco mil pesotes. Hay como cinco mil profesores o un poco más que reciben este sueldo. Cinco mil por veinticinco mil son ciento veinticinco millones de pesos al mes, sin contar sueldos administrativos, servicios, electricidad, muebles, agua, renta predial, renta de algunos inmuebles, o sea, un rechingueral de baro al mes, unos setenta millones mensuales, cálculo hecho a ojo de buen cubero, para que al aňo se gradúen dos o tres alumnos y todo porque la mayoría no puede pasar las pinches materias del ciclo básico, en especial las de historia. Esto es inadmisible. Si los senadores quieren cerrar alguna universidad que sea la UACM, a menos que ésta madure profundamente en sus pasiones ideológicas, que no atropellen a la pedagogía, a la enseňanza universitaria. En la UACM se percibe un aire similar al que sentía el ciudadano en alguna nación soviética antes de la milagrosa revolución de terciopelo. Y eso que no escribo sobre la carrera que yo estudié, Creación literaria, de la que se viven también muchas desilusiones. Sólo mencionaré que un número importante del profesorado de mi carrera no debería estar ahí dando clases por una simple y llana razón: no son aptos, no tienen cualidades literarias, ni siquiera teóricas, a veces ni siquiera tampoco gramaticales. Con esto finalizo la descripción de uno de los elementos en la suma de razones por las que me largué del DF y luego, dicho a manera de sorpresa, de México, y por lo que también se largó Roberto Bolaňo, jeje.

viernes, noviembre 20, 2009

Al final de mis veinte. Parte VI

En febrero me enteré de una excelente noticia en la escuelita, o sea, en la UACM. Un comité de profes organizó que se pudiera hacer un examen único basado en tres etapas donde se mostrara que el alumno sabía hacer un ensayo académico que girara alrededor de un tema y que incluyera elementos de la historia como proceso, escritura creativa y una cultura científica y humanística: todo lo que se ve en el grandioso, magnífico y estupendo ciclo básico. Se me iluminó la cara cuando supe de ello. Parecía un sol sonriente con patas caminando por la calle. La escuelita dio varios temas a escoger, no me acuerdo de los pinches temitas que dieron a escoger, ni siquiera del que escogí yo, pero eran puros títulos aburridos que evocaban la injusticia, el abuso, la política de ultraderecha, etc. en América latina, pero visto desde una única mirada, o sea, una única interpretación, desde una izquierda socialista, desde una postura provinciana y aburrida, para no extenderme. Digo, los problemas existen, son graves, no hay un bien común y todo lo que este concepto encierra, educación, trabajo, salud, una buena calidad de vida, todo de lo que disfruta la gente en la zona euro y en muchos otros países. Mi tema escogido era algo sobre cultura y lenguaje, creo. Entonces abordé mi ensayo basándome en dos libros que, además, hice un juego de comparación entre estos dos ensayos que trabajé para hacer el mío: "Laberinto de la soledad" y "México profundo". Los dos son ensayos muy famosos, muy importantes, muy consultados en todo el planeta y que de alguna manera uno encuentra en ellos la misma inquietud y el mismo malestar de pertenecer en un país mediocre, lleno de injusticia, y a la vez rico en muchos otros aspectos, como el lenguaje, por ejemplo. Pues trabajé en ello. Hice la primera etapa, que consistió en hacer un borrador a mano en cuatro horas, con ayuda sólo de papeles o papeletas con citas textuales de los libros consultados en casa anteriormente. Luego, la segunda etapa, discutir oralmente la tesis, el desarrollo y la conclusión, o sea, el borrador hecho en la primera etapa. Y luego, ya entregar un ensayo impreso, con las citas, la bibliografía, corregido bien todo, o sea, ya el ensayo. Pues que lo trueno. Lo troné. La respuesta de la tronada me la dieron en mayo, creo, o en junio. Así que fue un boquete más en la posible imagen de la esperanza e ilusión que pudiera haber tenido todavía en mí. Al final de toda esta pequeňa historia personal, que ni tan personal, más bien, y simplemente, biográfica, subiré el ensayo ese que hice para que lo lean. Está divertido, hice cuates a Octavio Paz y a Bonfil Batalla, hasta parece que se dan un abrazo y no sólo eso, también un beso a la perestroika.

domingo, noviembre 15, 2009

Al final de mis veinte. Parte V

Entre las varias más historias que se pudieran contar pero que no haré por sobriedad de tiempo y espacio pasaron los meses. Enero fue un mes muy malo para el Le bisné, pero era la cuesta de enero y no había por qué desanimarse. Luego vino febrero que estuvo malo también. Luego vino el principio de marzo y luego las vacaciones de Semanasanta que estuvieron peor, horribles, habrá entrado apenas como un cinco por ciento de lo que debía. Luego vino ya el desastre económico culminado con la alarma roja de la influenza. Tremendo todo esto, pero en mayo y junio comenzó a levantarse el sol sobre nuestro paisaje, apenitas. Y luego, retecataplum, sucedió otro evento trágico, el asalto a mano armada.
Pero antes de contar a detalle el último evento trágico, regresaré a enero. En enero tomé varios exámenes de la escuelita, como le decía, a la UACM, de una serie de materias que arrastraba desde el ciclo básico. Eso y dos materias, prácticamente certificadas de ciclo superior, y el seminario de titulación para terminar la pinche carrera de Creación literaria. Estaba tenso porque tenía prometida la titulación y no quería defraudar a mis abuelos, básicamente, y a nadie en general. Las famosas materias arrastradas desde el 2002 eran de historia, según esto, pero más bien eran de política, y se han cambiado de nombre varias veces desde el mismo aňo, "Procesos sociohistóricos", no sé qué otro pinche nombre como ese y luego "Estudios sociales e históricos". Yo los llamaba clases de historia y había la parte I, la II, y la III. De huevísima la clase. Más aburrida que nada y las maestras más mediocres que nada. Digo, en general, difícilmente se encuentran personas verdaderamente buenas, brillantes, humildes, honradas, cultas, simpáticas, inteligentes, alegres y buena onda en las universidades de todo el mundo, pero en la UACM era un abuso mortal. Y eso que en sus argumentos principales para crearse era el de formar un concepto de ciclo superior inovador, relajado en la relación maestro alumno, y competitivo a nivel mundial, pero pus nomás no. En enero de 2009 hice otra vez los exámenes de historia I, II y III. Sólo pasé historia I, me da risa ahorita que escribo estas absurdidades. Y, bueno, en el próximo post seguiré con las razones que me orillaron a tomar una desición, ir a Sancris.

viernes, noviembre 06, 2009

Al final de mis veinte. Parte IV

Un día llegó un seňor a Le bisné y quería que le traspasara o capturara un texto de una página a word. Yo estaba algo de mal humor y cansado y le pregunté si no lo sabía hacer él. Me dijo que sí y lo senté frente a una de las computadoras, le dije que cualquier duda que me dijera. El seňor miró la pantalla, miró el teclado, suspiró y comenzó a teclear con dos dedos. Yo proseguí con lo que hacía antes de que el otro llegara, así estuvimos durante media hora más o menos. Se me había olvidado que ahí estaba el seňor y también se me había olvidado que yo estaba ahí, dejé de escuchar el pasar de los autos, de los camiones, de los tráilers, el ruido de la sirena de las ambulancias y de las patrullas. Me asomé a ver la pantalla del seňor y vi que apenas había escrito una línea, literal, sólo una. Pobre seňor, le dió pena decirme que la neta no sabía ni puta madre de word o de plano que apenas y sabía escribir su nombre. No sé, eso pensé. Entonces le dije, a ver seňor, yo se lo hago. Tomé la hoja que tenía con el texto que había que transcribir a la compu. Conforme escribía lo que leía me di cuenta que alguien había escrito esa carta por él y que era una carta dirigida a un juez o a algo por el estilo. Se describía en ella cómo su hijo, chavito, creo que tendría unos nueve o trece aňos, sufrió una taquicardia fuerte tras recibir una inyección de un químico que no debió recibir y que hasta el papá sabía que no era buena esa sustancia en las condiciones en las que se encontraba su hijo. Y que el doctor nunca se disculpó ni aceptó el error cuando era evidente la negligencia médica, etc. Todo esto pasó en el Centro médico de la esquina. Miré al seňor, le preguntaba a cada ratito por una letra casi inentendible y el seňor decía que no sabía. Lo incómodo era cuando se trataba de mejorar la redacción y preguntarle sobre la lógica de los hechos. Pero se veía tranquilo, meditativo, se detenía a ver los detalles en las paredes del local, las puertas corredizas de madera que había en medio y que dividían a las compus del cuarto donde se sacaban las fotos, el riel por donde psaban las puertas, los tornillos que sujetaban los rieles, el polvo y la pelusa que se acumulaba entre los rieles, un chicle pegado en el piso que alguna vez fue verde y que ya era todo negro. Lo miré cómo miraba, parecía estar y no estar, pude verlo durante todo ese tiempo sin que él ni se fijara que lo hacía. Me preguntaba a mí mismo por qué yo o cualquier otra persona como yo hacía esta transcripción, por qué no lo hizo un abogado, no sé, qué pasaba, qué era lo que estaba tan mal como para que sucediera un absurdo como éste. Seguí con la transcripción y se describía cómo le metieron otras inyecciones para normalizar el ritmo cardiaco, cómo trajeron la máquina para resucitar y cómo murió su hijo. En ese momento me detuve y se me pusieron llorosos los ojos. La fecha del suceso, apenas había sido dos o tres días anteriores a éste que cuento. Horrible, sí. Terminé la carta, se la guardé en su USB y se la imprimí. Me dio las gracias y antes de que se fuera no pude evitar preguntarle qué iba a hacer y me dijo con una profunda y tranquila resignación que lo que se pudiera.