viernes, marzo 06, 2009

Bestialidades I

G. salió de un café en Coyoacán. Cruzó la plaza con su fuente en medio. Vestía con una falda verde olivo y una blusa blanca para no sentir tanto calor. Salió contenta del café, se le veía alegre, como si hubiera recibido la noticia de una chamba. G. tenía facciones amables y era una mujer guapa. Llegó a la esquina donde hay un local que vende paletas y helados. Se detuvo y miró su reloj. Pareció recordar algo y aceleró el paso. Cruzó la calle que divide las dos plazas y pidió un taxi. Paró un tsuru y ella se subió. Avanzaron dos cuadras y el chofer volteó la cabeza para decirle algo. Ella se puso pálida, nerviosa y temerosa. El chofer se estacionó en esa misma calle donde pasaba la gente. Adelante y atrás del taxi pararon dos autos. Del primero salió un tipo y entró al taxi, a la parte de atrás, y violó a G. Terminó y regresó al auto. Del segundo bajó otro tipo que entró al taxi e hizo lo mismo. Finalmente, el taxista se pasó a la parte de atrás para alzarle la falda, abrirle las piernas manchadas de sangre. G. gritaba desde el primer criminal que tuvo encima, pero la gente que pasaba sólo miraba por la ventanilla y al notar algo perturbador retiraba la mirada de inmediato y aceleraba el paso. Había un policía en cada esquina que, al parecer, no habían notado nada. G. gritaba con desesperación cuando el taxista la penetraba. Varias veces recibió una cachetada, seguramente para silenciarla y para que cooperara. El primer tipo le había mostrado una pistola, se la había metido en la boca y la sacaba para mostrarle el otro auto y al chofer. El taxista se pasó frente al volante. El auto que estaba atrás se emparejó al taxi y bajó otro tipo, uno que no había participado, y le abrió la puerta, algo le dijo, y con una pistola le indicó que se fuera. G. estaba con la mirada perdida, despeinada, con la falda sucia y lastimada de la cara. La gente se alejaba de ella. Los autos criminales desaparecieron de la calle. G. trató de hablar con un policía pero no logró comunicarse con él, entre los nervios, el shock, etc. se le dificultó mucho poder explicar lo que pasó. Retuvo su bolsa con ella, por suerte, y sacó de ella un celular. Habló por teléfono y alguien fue a buscarla.

1 comentario:

Anónimo dijo...

alguien