domingo, abril 27, 2008

Escenarios con putería. Fascículo, no escena, 3 (parte IV)

Todo el público nos acodábamos, éramos bastantes, casi se llenó. Las luces se apagaron y el telón comenzó a subir, apenas podía hacerlo, parecía que alguien lo hacía manualmente a un lado del escenario mientras otro alguien le mamaba la verga, ¿hubiera sido posible? Claro que no. Simplemente estaría viejo el mecanismo para subir el telón. El telón seguía con la intención de tocar las alturas, se esforzaba, y conforme lo hacía permitía que viéramos unas botas masculinas de metalero y un aparato de madera a su lado. Arriba telón, tú puedes. Seguía mostrándonos, por encima de las botas vimos un pantalón de tela gruesa, tipo de lana, negro y sucio. Me adelantaré, el telón terminó de subir y en el escenario se veía a un hombre disfrazado de verdugo y a una monja inclinada hacia el aparato de madera que era una mesa con una guillotina. La monja tenía el cuello a la altura del filo de la cuchilla y exclamaba clemencia, movía la cabeza desesperada, parecía a punto de llorar. Me conmovió esa escena, pensé que la pobre monjita moriría en manos de un tipejo, claro, seguro bajo las órdenes de algún maligno rey que le descubrió algo totalmente pecaminoso, sonetos, el rey le encontró sonetos. Ella no querría ser descubierta y escondería los monches de papeles, pero alguna compañera en el monasterio que le tendría envidia por su belleza e inteligencia le robó algunos de los sonetos y se los llevó al rey. La mandaron a que le cortaran la cabeza. Fue la escena que empezamos a ver. El verdugo ocultaba su rostro bajo el típico saco puntiagudo, negro y con hoyos. Hablaban en inglés y el verdugo le dijo a la monja, jajaja, antes que nada te cortaré las manos con mi hacha, jajaja. A la monja casi se le fueron los ojos para fuera del escenario con putería. Pobrecita. Algunas personas del público gritamos, ¡no, clemencia, déjenla vivir! En eso, el verdugo pareció escucharnos, sí, lo recuerdo tal como si estuviera ahí en este preciso momento, en lugar de rodearme con mis cuatro paredes bajo una luz rojiza y pobre, sintiendo humedad, en un departamento desmoronándose, ash, pero, sí, lo recuerdo bien, pareció escucharnos y se detuvo, bajó su hacha y preguntó, cómo nos arreglamos, jajaja. Ésta última risa es mía, no del verdugo. La monja respondió, pos usté dirá, señor verdugo. El verdugo dijo, no sé, no se me ocurre nada. Alguien del público gritó, ¡cógetela, pendejo! La monja le respondió, piénsele bien, guapetón. Digo, la monja quería salvar su vida, habría hecho cualquier cosa, ya luego se las arreglaría con diosito, ¿no? La monja lo miraba con fuego en los ojos hasta que el verdugo se dio cuenta de la propuesta y comenzó a acariciarle la cara, el pelo y los senos. Y en el público gritábamos de emoción.

4 comentarios:

Rowena Bali dijo...

Hola Ruy. Acá nomás de visita en tu blog... me gusta tu forma de escribir, oscura, mórbida, sucia...

Prado dijo...

muy afrancesado su relato. me parece que éste es el que más he disfrutado. prosiga...

Ruy Guka dijo...

Muy grata tu visita, row.

Gracias Prado, es un honor tenerte por aquí, saludos.

loto_negro dijo...

very goood, very goood... siguele!!

jejeje muy entretenido.