jueves, diciembre 07, 2006

El felino diabólico

Encontré en los escombros del pasado una vivencia extraña y un tanto estúpida. Dos cuates y yo íbamos en la combi del papá de uno de ellos. Estábamos en la Mérida esa de la que huí hace ya varios años y que siempre extraño. En tal ciudad-pueblo el alcohol se dejaba de vender a las nueve. Seguro que sigue igual. La única opción absurda era ir con algún clandestino. Llegamos a uno que estaba a una cuadra de la central de policía. Imbéciles; qué más absurdo. Bueno, esto era lo de menos.
A lado de la casa de venta clandestina habían dos señoras gordas, fachosas, sentadas a la puerta de su entrada. Esto sucedió en la parte vieja de la ciudad donde las casas son coloniales y la puerta de estas da directo a la banqueta. Tenían un escalón (tiene un nombre concreto), esos muritos que ponen en las puertas para que no entre agua o algún bicho. Ahí estaban sentadas con moretones en sus brazos descubiertos por el camizón sucio sin mangas que tenían puesto. Era costumbre que la gente tomara el fresco a la puerta de sus casas. Todo parecía normal fuera de las manchas verde negruzcas que relucían bajo sus miradas perdidas. Una de ellas nos habló gimiendo, con una voz chillona y desesperada. De alguna manera le pudimos entender que había un gato en su casa que estaba endiablado y que las asustaba logrando aventarlas hacia las paredes y muebles ocasionándoles los moretones. ¡Miren, miren! Dijeron mostrándonos también las piernas lastimadas. ¡Órale! Dijimos callados e impresionados. No supimos qué decir. Se veían trastornadas, hasta que uno de mis cuates les preguntó por el gato. Lo agarramos y lo pusimos dentro de una bolsa. Dijo la otra de las gordas. ¡Llévenselo! ¡Tírenlo lejos, al monte! Sopas catastróficas. Uno de los cuates se asustó, dijo que no y se metió a la combi. El otro, el que había preguntado por el felino diabólico les dijo que sí. Una de las gordas se levantó con rapidez y mucha habilidad. Entró a la casa que era un chorizo largo y oscuro hasta perderse en el fondo negro. Esperamos unos minutos. Vimos que la otra gorda seguía sentada moviendo su cabeza toscamente en la pared. Estaban completamente locas, sin duda. Aunque en ese momento pensé más en el gato y las consecuencias malignas que podríamos obtener por tomarlo con nosotros. Me dio miedo. Se dejó ver la figura grotesca de la mujer al acercarse a la luz de la entrada, tenía consigo una bolsa de mercado con un bulto quieto dentro y amarrada con una cuerda delgada en la parte de arriba. Nos dio la bolsa sin titubear. La tomamos. El bulto seguía quieto y en silencio. Además no se podía ver al gato, el tejido de la bolsa era muy cerrado. La mujer que nos dio la bolsa nos decía con un ademán de la mano, ¡lejos!, ¡lejos! y la otra sentada seguía restregando su cabeza en la pared mientras decía: ¡Malo! ¡Malo! ¡Malo!
Nos alejamos en silencio viéndolas por el retrovisor hasta que doblamos en la esquina. Pasamos varias colonias contemplando la bolsa e imaginándonos todo tipo de cosas. Cuando llegamos al clandestino estábamos de bromas, platicando y ya medio pedos. Pero de regreso la tmósfera era siniestra. No pudimos decir nada. De repente se nos salía una sonrisa nerviosa y temerosa. El valiente de los dos amigos abrió la bocota. Bueno, qué pedo. Ya, relájense, maaaricomes. Terminó de decir cuando el gato comenzó a pelear con la bolsa y a maullar larga, tenebrosamente y a un volúmen casi ensordecedor. Los tres nos pusimos pálidos. El valiente alcanzó a decir cortadamente, ¡no mames! El otro estaba pasmado y con los pelos de punta, él estaba en la parte de atrás junto con la bolsa; hasta subió los pies al asiento. Yo no me encontraba, no sabía dónde estaba mi mano ni si hacía alguna mueca de terror. Paramos junto a un lote valdío y nos bajamos todos rapidísimo. Nos sentimos a salvo parados fuera de la combi. Nadie se animó a tomar la bolsa que seguía moviéndose y sin dejar de salir de ella esos ruidos desagradables. ¿Qué hacemos? Preguntó uno. ¡Pus hay que sacarlo de ahí! Contestó otro. Safo. Se escucho. Safo. Safo. ¿Cómo le hacemos?
Antes, cuando era joven, tenía un sentido heróico bastante alto. Me animé a sacarlo. Temeroso y muy nervioso tomé la bolsa lentamente. La sacaba con cuidado y casi la aviento al suelo. ¡Bueno, vámonos! Dijo el cobarde. No, no podemos dejarlo así, en la bolsa. Pero y sí nos ataca o hace que nos aventemos a la combi. No mames. Entre el valiente y yo quitamos el cordón. Fue muy difícil, el gato se movía como desquiciado. Sus uñas salían por algunos orificios de la tela. Pudimos quitar la cuerda. Volteámos la bolsa y el gato salió rápido de ella. Se alejó huyendo unos metros y de repente se detuvo para mirar sobre sus hombros hacia nosotros. ¡Vámonos! Y nos subimos a la combi. Arrancamos y como si pisáramos los tres el acelerador. Bajamos la velocidad, suspiramos, descansamos, abrimos las caguamas, les dimos unos buenos tragos y nos empezamos a reír.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

No había podido comentar pero está buenísimo tu blog. Cagadón. Sólo que debería encontrar textos más seguido.
Saludos a todos.
Ramín

Anónimo dijo...

Me uno al comentario anterior. Me gusta mucho su blog aunque a veces dudo si usted mismo no es su creación más genial.
Esperemos leerlo muy pronto.
Saludos.

Anónimo dijo...

El clandestino sigue ahí a una cuadra de la SPV...


... pero ahora venden cerveza hasta las 10pm... uyuyuyuy.

Anónimo dijo...

Los clandestinos es algo ya tan clásico de mérida como la cochinita, como olvidar el clandestino donde te regalaban tamales o el de la cajuela convertida en hielera..... Saludos Ruy

Atte.Archo