El sábado me emborraché. Todo empezó el viernes. Vinieron a mi casa dos cuates, los papás de Gaby, la niña que sale cagando en un post abajo. Habían planeado hacerle su fiesta de cumpleaños en el café de otros cuates. Bueno, pus el idiota de Ruy dijo que haría unos panecitos con queso y salsa de jitomate encima y una ensalada con su aderezo. Tiempo y dinero, que ganas de regalarlo. Tiempo más o menos hay, pero dinero, ¡futa!, en la circunstancia de Ruy, o sea yo, era inaudito, como se atrevía. Dicen que cuando uno menos tiene más da y viceversa. ¿Será cierto? A lo mejor. Hasta ahora Ruy ha corroborado la primera frase, si llegara a corroborar la segunda, entonces él se los a avisará por medio de mí, o sea yo, Ruy.
Se fueron de la casa. Ruy se fue a dormir pensando en que se levantaría temprano, iría a la merced para obtener todo a mejor precio, sobre todo el jitomate que está por las nubes, regresaría a cocinar para luego llegar al café a las cuatro y preparar todo. Tuvo que cocinar la salsa en su casa, en el café no había estufa. No haber estufa en un café. ¿Es normal que no haya estufa en un café? Por lo menos una parrilla de dos quemadores. Pero no, no es tan necesaria.
Al día siguiente, Ruy despertó como a las doce de la tarde. No se bañó. Puso la cafetera a funcionar, le dio un trago de miel a su bote comprado en el super tienguis por treinta pesos medio kilo. Buen precio.
Ya no le dio tiempo de ir a la merced. Caminó tres cuadras hacia un bodega Gigante. Compró todo menos el queso, el pan y la albahaca que quería como decoración encima de los panecitos.
Preparó la salsa. Rebanó los ingredientes de la enslada y lo metió en una bolsa de plástico. Preparó un aderezo de mayonesa. Y se fue al café. Ahí alguien compró el pan, la albahaca y el queso.
La fiesta de Gaby estuvo tranquila, hubo otras tres niñas y varios adultos de poca edad. Los panecitos y la ensalada fueron un éxito. Tanto que el güey del café, Miguel, le preguntó si no hacía sopas, le dijo que sí. Quedaron en que le llevaría tres litros de dos sopas distintas la semana siguiente. Tremendo el Ruy con su iniciativa de los panes. Ya ven, sólo hay que hacer las cosas y luego sale algo, si no, hay que aguantar, y si sigue sin haber nada como con los pinches cuentos de Ruy, entonces sí, dense un balazo.
Haciéndolos. No tomé foto de la ensalada.
Ni nadie lo hizo.
"Panecito listo"
Hubo poca gente y el atascado de Ruy hizo comida para como unas treinta personas, pero no importó eso porque como a las ocho cerraron el café a todo público y fueron por las caguamas. Ruy, todo borrachín, bailaba por el café: se bajaba del banco de la barra y entre burbujas de cebada llegaba a la cocina para preparar panecitos y ensalada. Lo sacaba para colocarlo en alguna mesa vacía. De la mesa al banco recibió una que otra sonrisa, una palmadita y un comentario de, ah, que buena idea.
Ruy el héroe. Así como le gustaba cuando su mamá le decía hace muchos años que era un héroe, apapachándolo, y que era listo, guapo y valiente. Eso fue en la imaginación de la madre y cuando Ruy era niño. Cuando alguien ve a un niño se puede imaginar muchísimas cosas, pero cuando uno ya está grande, mejor no se imagina nada ni dice nada de uno. Que cosas. Ruy el héroe. Sí, pasó un momento de heroicidad protagonizado por nuestro suspicaz Ruy. Gaby, sí Gaby fue la princesa atrás del dragón. Gaby sufrió de infantilismo ridículo. Cumplió cinco años. La niña vio a un vendedor de pajaritos que le provocó emociones caprichosas. Le gritó a su madre que quería uno. La madre le hizo señas al vendedor que se fuera que estaba a punto de provocar una desgracia. El vendedor no se fue, se acercó un paso, sacó un pajarito con una varilla en la que éste subió y le dijo a Gaby, "mira, no pica". Uy, Gaby se acercó. Nadie peló a ninguno de los dos. El señor lo notó y se fue. Pero ella empezó llorar mucho y fuerte, hasta se tiró al piso y se metió abajo de una banca. Chilló un rato. Ya nadie estaba cómodo. La madre y el papá adoptivo intentaron remediarlo, pero no pudieron. Ruy notó en la cara de la madre algo de sentimiento de hartazgo y desesperación, parecía que en cualquier momento iría a la banca, tomaría de los pelos a la niña y la azotaría al piso o a la pared hasta que se callara. En ese momento intervino nuestro héroe. Ruy se agachó y habló con Gaby. Ella le explicó entre sollozos el porqué de su sufrimiento. Él la escuchó mientras le sobaba el pecho y la cabeza para tranquilizarla. Cuando terminó de quejarse la niña, Ruy le dijo: "Mira, ya tienes mocos en la frente." Le quitó el moco, uno largo. Le explicó algo sobre la frustración, que es lo único que se consigue con chillar tanto. La sacó poco a poco, sin dejarla de sobar, hasta que la sacó. La cargó y le dijo que el dibujo de atrás de su playera estaba desapareciendo. Gaby de distrajo por completo del llanto y preocupada quiso ver en el espejo si era cierto. Y sí era cierto, Ruy no le mintió, un héroe no puede mentir, por eso generalmente se asocia al héroe con la estupidez.
La fiesta terminó después en casa de otro cuate que llegó al cumpleaños a la una de la mañana. Gaby se durmió en la cama del cuate que llegó tarde. Y Ruy, yo, se emborrachó.
martes, febrero 14, 2006
Panecitos y ensalada
Publicadas por Ruy Guka a la/s 6:42 p.m.
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3 comentarios:
Asi marcha la atmosfera; un gusto saludarte y leerte, cuidese.
Amé el relato, yo jamás hubiera podido hablar así con un infante, de verdad que eres un héroe.
muchos creemos que luz es cachondísima, y ahora describes en tus cuentos cositas sucias de ella.
compórtese y no exponga a su vieja. se la van a bajar!
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