miércoles, agosto 18, 2010

Con más planes

Me quiero ir de Praga y cuando lo digo, siempre me dicen que por qué y que a dónde. Porque me aburro en Praga y que me iría a Barcelona, a Niú York, de regreso al Deefe y hasta incluso que iría a Tel Aviv. Todos me miran como si les hubiera dicho que intentaría cruzar nadando el Atlántico, de Europa a América, a México, al puerto de Progreso en Yucatán. Esto en relación precisamente a Niú York y Barcelona. O sea, que me iría muy mal y que sufriría mucho, que me moriría en el camino, que la gente es muy salvaje, grosera, ambiciosa, que la vida es muy difícil ahí y que todos luchan de verdad por sobrevivir y toda esa bola de mamadas que dice uno cuando ve muy chico el hoyo o demasiado grande desde un lugar lejano y tranquilo. Los escucho hablar de esta manera, los observo mientras hablan, cómo muestran facciones nerviosas, de dolor, de incomprensión y de miedo en la cara, y les respondo que nel, todo saldría a toda madre y sería una experiencia formidable y me divertiría más que en Praga y, por otro lado, claro, también sufriría todo tipo de malestares, sería lo normal.
Así que mi plan es el siguiente, voy a ahorrar una lana, primero para comprarme mi pinche compu y luego para irme a alguna de estas ciudades.

En Praga habrá una fiesta mexicana el domingo 22 que no sé cómo va a estar ni nada, pero está cagada y chingona la idea. Luego habrá dos semanas de divulgación de la cultura mexicana tanto histórica como contemporánea, asunto que me suena más interesantón y está más chingón que cagado.

En Israel, retomando lo iniciado hace ya algunas entradas, seguimos el camino y pasamos por Jericó, una ciudad que está debajo del nivel del mar y que nunca se ha inundado. Jindřich compró una rosa de Jericó, una rosa del desierto. Tardó mucho tiempo en decidir si la compraba o no. De ahí nos fuimos a Haifa, donde vimos la ciudad desde un mirador a lo alto de la montaňa, frente al Mediterráneo. En esa ciudad murió un tío abuelo, el hermano de mi abuelo, del que mi abuelo siempre dijo que estaba loco por resentimientos familiares, cuando el tío abuelo no estaba loco y fue muy querido en un kibut donde trabajó como administrador del mismo. De ahí nos fuimos a Tiberias, a las orillas del mar de Galilea, el Yam Kinneret, y nos hospedamos en un hotel donde nos dieron de desayunar y cenar una excelente y riquísima comida kosher. Neta que estuvo bueno.
Nos subimos a un barco para pasear por el lago. Era un barco para turistas y había una animadora con micrófono que puso a bailar a varios del grupo y nos explicaba cosas del lago y de pasajes bíblicos e históricos, había también luz y sonido dentro del barco. La animadora cantó para nosotros música religiosa, muy parecida a la música de algunos templos cristianos en el sur de Estados Unidos, una música muy alegre, divertida y sencilla donde se aplaudía y se aludía a lo religioso judío. Estuvo raro, la neta, pero la animadora se veía que lo hacía totalmente convencida y con la mejor fe del mundo y de la mejor manera, digo, fuera de que también le pagaban por hacerlo.

No hay comentarios.: