miércoles, enero 06, 2010

Lo mexicano: pasado y reconciliación

(Aquí les dejo el ensayito pedorro que hice para el grándemente -me encanta acentuar los adverbios esdrujulosos- horrible ciclo básico de la UACM. No pude evitar quitarle algunos detallitos nímios, esto lo convierte en una reedición. Pero a grandes y a ni tan grandes rasgos es la misma mamada. Y con esto acabo este asunto escolar y no vuelvo a hablar de ello.)

Los mexicanos, como nación, en general, sufrimos una abundancia de identidades. Me refiero a que, en lugar de una “falta de identidad”, más bien nos encontramos frente a muchas, cuyo fenómeno nos ha provocado, durante siglos, un problema.

La identidad existe a raíz del lenguaje y la cultura de un grupo de personas, de una nación. En México tenemos una variedad enorme tanto de lenguajes como de culturas. Esta variedad dificulta sintetizar la identidad del mexicano. Y no sólo es una variedad horizontal, es decir, no sólo la que existe en el presente, sino también la vertical, o sea, el lenguaje y la cultura que ha visto la luz en estas tierras, aunque algunas hayan peleado entre ellas. Octavio Paz, en El laberinto de la soledad escribió:
… varias épocas se enfrentan, se ignoran o se entredevoran sobre una misma tierra o separadas apenas por unos kilómetros. Bajo un mismo cielo con héroes, costumbres, calendarios y nociones morales diferentes, viven “católicos de Pedro el ermitaño y jacobinos de la era terciaria”. Las épocas viejas nunca desaparecen completamente y todas las heridas, aún las más antiguas manan sangre todavía. A veces, como las pirámides precortesianas que ocultan casi siempre otra en una sola ciudad o en una sola alma se mezclan y superponen nociones y sensibilidades enemigas o distantes. (11).

Octavio Paz vislumbra nuestra identidad en un viaje por la historia, entre otras cosas. Y es que sí, la descripción más rápida de nosotros mismos es: somos la fusión entre lo español u occidental y lo mesoamericano, ya sea genético, cultural, lingüístico, religioso o político. Pero la identidad del mexicano es compleja y frágil. La identidad del mexicano no ha concluido o, más bien, no ha madurado del todo. Cuando llegaron los españoles a estas tierras donde había una gama multicultural enormemente variada, los mesoamericanos sufrieron un shock tremendo, por así decirlo. A lo que me refiero es que la civilización mexica, maya, zapoteca, tlaxcalteca, etc., no entendió muy bien lo que pasaba. Llegaron grupos de personas que ellos ignoraban por completo. Aunque hubiera leyendas o mitos de que ya sabían que vendrían hombres con barba. Nada de eso es comparable con el contacto visual. Es como ahora, en la actualidad, que imaginamos seres o gente que viene de otros planetas, imaginación que nunca sería igual a la realidad, si es que llegara a suceder que vinieran naves espaciales. Los mesoamericanos estaban tan asustados y asombrados por el acontecimiento que los españoles se aprovecharon de ello para quitarles todo. En ese momento, los mesoamericanos perdieron su identidad. “La incorporación indiscriminada de los diversos pueblos mesoamericanos en la categoría común de “indios” condujo a una serie de procesos que redujeron efectivamente muchas de sus particularidades distintivas ....” (México profundo, 123).

Apenas, en el siglo veinte, comenzó una asimilación de las identidades mesoamericanas que se trataron de borrar, de eliminar por parte del gobierno colonial. Comenzaron los indigenistas y nacionalistas por parte del sector artístico, los muralistas, como Revueltas, el compositor, así también en la política con Vasconcelos y Cárdenas. Comenzaron movimientos políticos, sociales, estudiantiles y guerrilleros, más por el poder político que por buscar y resaltar la identidad mesoamericana, pero aún así la identidad mesoamericana surgió de las profundidades para hacerse el lugar que le corresponde. La identidad del mexicano, su gama multicultural, su gama lingüística, apenas se está formando de manera inclusiva. Digo inclusiva porque antes lo hispano no permitía la inclusión de lo mesoamericano como le correspondía.

Otras naciones modernas han sufrido acontecimientos similares durante su historia y han madurado en una unidad lingüística y cultural que los ha llevado a tener una identidad más firme que la mexicana. ¿Por qué? Porque se conocen mejor, los mexicanos apenas nos estamos conociendo. Los avatares históricos en México son apenas muy recientes y han avanzado con demasiada rapidez. La época mesoamericana, que se le compara con la región mediterránea en la época del imperio griego, era una época multicultural, compleja y sofisticada. Mesoamérica existía como tal hace apenas quinientos años; los griegos antiguos protagonizaban hace ya entre tres mil quinientos años y dos mil doscientos años. La diferencia es monumental. Los mesoamericanos estaban completamente separados de Occidente, Oriente, de todo el resto del mundo. Y aun así, los diferentes grupos mesoamericanos lograron evolucionar en grandes civilizaciones sofisticados en todos los ramos: social, político, artístico, cultural, militar y lingüístico.

Mucho de lo mesoamericano sobrevive a nuestro tiempo y de lo español también, pero mucho más. A diferencia de lo español, lo mesoamericano se sigue descubriendo y entendiendo. Lo mexicano antiguo sufrió las consecuencias de lo conquistado, de lo vencido: se le destruyó (edificios y templos), se le ocultó (ciudades y pasado), se le prohibió existir (costumbres, cultura y lengua); pero aun así, al haber sido tan fuerte, tan arraigado y tan desarrollado se ha ido introduciendo inevitablemente durante la colonia, el siglo XIX, el siglo XX y hasta nuestros días.

Con estos problemas de identidad, sobretodo durante el México independiente, gran parte de la sociedad se ha dividido tanto a favor de lo mesoamericano como de lo hispano. Esta rivalidad “imaginaria”, como dice Paz, no llega a ser importante, sino hasta que unos tratan de imponer al otro sus ideas; sobretodo cuando se politiza la diferencia, es cuando mayor envergadura hay, además de confundir todavía más al resto de los mexicanos. Por otro lado, Guillermo Bonfil explica la rivalidad como algo real y no imaginario, y coincide con Paz en esto: “La diversidad de maneras en que se entiende la naturaleza, el trabajo y la producción material, se debe a la presencia de dos civilizaciones diferentes, la mesoamericana y la occidental. Tal diversidad no es en sí misma un obstáculo: sólo lo es cuando se pretende imponer una sola racionalidad ....” (224).

Muchos mexicanos observamos esta rivalidad con indiferencia y pasividad, ya sea imaginaria o real. Me refiero a la época actual y, seguramente, en anteriores debió suceder lo mismo. La actitud pasiva e indiferente de muchos mexicanos se debe a algunos factores: la ignorancia, la pobreza, la riqueza, si son ricos o multimillonarios, y quizá, algunos pocos por cultos y sabios. Esta rivalidad es compleja y en algunos casos absurda. Paz dice acerca de esto:

El mexicano condena en bloque toda su tradición, que es un conjunto de gestos, actitudes y tendencias en el que ya es difícil distinguir lo español de lo indio. Por eso la tesis hispanista, que nos hace descender de Cortés con exlcusión de la Malinche, es patrimonio de unos cuantos extravagantes –que ni siquiera son blancos puros-. Y otro tanto se puede decir de la propaganda indigenista, que también está sostenida por criollos y mestizos maniáticos, sin que jamás los indios le hayan prestado atención. El mexicano no quiere ser ni indio, ni español. Tampoco quiere descender de ellos. Los niega. Y no se afirma en tanto que mestizo, sino como abstracción: es un hombre. (79).

Paz le adjudica la naturaleza de maniático al mestizo o criollo indigenista y al hispanista como extravagante; pero más que extravagante, el hispanista es igual de maniático, sobretodo cuando lo manifiesta la gente con rasgos mesoamericanos predominantes. Aunque, claro, uno tiene el derecho de ser lo que quiera: indigenista, hispanista, gringuista, chinista, japonesista, mexicanista, o, simplemente, navegar sin ninguna bandera en particular. La identidad mexicana es tan compleja porque está formada por, sin mencionar a todos los mesoamericanos, el imperio Olmeca, el impreio Tolteca, el imperio Maya y, finalmente, el imperio Azteca, además de la gran variedad y vertientes de grupos pequeños en el norte y algunos del centro sur. Con esto ya tenemos un gran mundo, y todavía no descubierto y divulgado por completo.

Por otro lado, tenemos lo hispano que también es un gran mundo y que, a diferencia de lo mesoamericano, ha sido más aceptado, conocido y divulgado. Lo más relevante de lo hispano es la literatura, a mi gusto, claro está.

Y por un tercer lado, tenemos el proceso de mezcla entre estos dos mundos que crea otro gran mundo: a nosotros, al mexicano moderno.

Como el imperio hispano le ganó al imperio azteca, el que puso las reglas fue el imperio hispano: la colonia. Durante el periodo novohispano se impuso la religión católica apostólica y romana; se impuso la lengua hispana; se impuso mucho de la cultura hispana. Pero no somos españoles y tampoco somos mesoamericanos. Somos mexicanos y nuestra lengua es diferente a la de Cortés y a la de Malinche. Es menos parecida a la de Malinche y más parecida a la de Cortés, pero he notado que nuestra lengua se va diferenciando cada vez más de la de Cortés, es decir, se va mexicanizando con mayor fuerza: “No tenemos más remedio que usar de un idioma que ha sufrido ya las experiencias de Góngora y Quevedo, de Cervantes y de san Juan, para expresar a un hombre que no acaba de ser y que no se conoce a sí mismo. Escribir, equivale a deshacer el español y a recrearlo para que se vuelva mexicano ....” (Paz, 147).

Y desde otro punto de vista: “En el fondo de esta cuestión está el hecho de que nombrar es conocer, es crear. Lo que tiene nombre tiene significado o, si se prefiere, lo que significa algo tiene necesariamente un nombre.” (Bonfil, 37). Churubusco está en mexicano porque en mesoamericano se llamaría Huitzilopochco, y en hispano se llamaría santa Catalina, digamos. Así también el caso de Cuernavaca que en mesoamericano se llamaría Cuauhnáhuac y en hispano sería Carlos III, digamos. Y más que mesoamericano, para precisar, más bien sería en Náhuatl.

En Yucatán, donde hay en la actualidad la mayor población que conserva un linaje, cultura e idioma desde la época mesoamericana, o sea, los mayas, existe una gran variedad de palabras mayas en el lenguaje común. Cada vez más, el maya se va introduciendo en la sociedad general. El maya ha enriquecido el lenguaje, tanto que se llega a decir “habla yucateco”. Aproximadamente, la población maya es de ochocientos mil integrantes. Algunas de las palabras mayas son: xiik’ (axila); tuuch (ombligo); níich (mordisco); bey u ya’ala’al ti’ tuláakal máak kaja’an tu lu’umil México (mexicano, na). Y muchas de las palabras mayas se han adherido tal cual como tuuch o xiik o se han fusionado con el mexicano. En la televisora local del estado de Yucatán se pueden ver muchos programas en maya como noticieros o de entretenimiento. El teatro regional yucateco con su representante más importante, “Cholo”, ayuda a meter todos los elementos lingüísticos a la licuadora.

El fenómeno encontrado en Yucatán está escondido, surge y surgirá en toda la república. Saldrán a la luz cientos de culturas y lenguajes distintos, que de alguna manera todas influirían en un lenguaje común, no tan castellanizado. Se inventarían nombres, adjetivos y sustantivos, incluso verbos; hasta la gramática podría modificarse. Quién sabe, es posible, aunque suene naif.

Creo que la rivalidad entre lo mesoamericano y lo hispano nos ha hecho un daño profundo. Su reconciliación nos hará más fuertes porque sabremos mirar con detenimiento y aprecio nuestra lengua, nuestra cultura, todo lo que éstas representen, y nuestra identidad se hará fuerte y saneará psicológica y emocionalmente.

Menciono lo psicológico y lo emocional de nuestra identidad porque Samuel Ramos observó en el mexicano un problema grave: complejo de inferioridad y ausencia de personalidad. El daño provocado por la rivalidad entre lo mesoamericano y lo hispano ha sido precisamente lo descubierto por Ramos. De alguna manera, inconscientemente, los mexicanos nos hemos inclinado por los mesoamericanos, los vencidos y odiado a los hispanos, los vencedores, los malos. Aquí no se discute sobre la bondad de los unos o de los otros, sino sobre la identidad del mexicano. Y el mexicano no es sólo mesoamericano, también es hispano. No es solamente vencido, también es un vencedor. El mexicano es, a fin de cuentas, un ser humano y un ser humano es ambiguo. El mexicano es tanto mesoamericano como también es hispano.

Así como la inclinación inconsciente es hacia lo mesoamericano, la inclinación consciente es hacia lo hispano. Parece que abundan las inclinaciones que optan por dirigirse de la manera anterior, pero también hay sus variaciones, algunos mexicanos cambian su inclinación varias veces en el transcurso de sus vidas. Y también abunda la inclinación consciente hacia lo mesoamericano y la inclinación inconsciente hacia lo hispano. Es un ir y venir, no hay para dónde inclinarse, cada uno tiene sus defectos, cada uno tiene sus complejos de inferioridad o de superioridad, cada uno tiene sus inseguridades acerca de sí mismo.

La situación del pueblo durante el periodo colonial sería así la raíz de nuestra actitud cerrada e inestable. Nuestra historia como nación independiente contribuiría también a perpetuar y hacer más neta esta psicología servil, puesto que no hemos logrado suprimir la miseria popular ni las exasperantes diferencias sociales, a pesar de siglo y medio de luchas y experiencias constitucionales. El empleo de la violencia como recurso dialéctico, los abusos de autoridad de los poderosos –vicio que no ha desaparecido todavía- y finalmente el escepticismo y la resignación del pueblo, hoy más visibles que nunca debido a las sucesivas desilusiones posrevolucionarias, completarían esta explicación histórica. (Paz, 65).

Lo que sí es inconfundible es que el sector moreno, por decir algo, siempre ha sido menospreciado y ocultado. Siempre se ha dado un mayor privilegio a lo europeo que a lo mesoamericano. Coincido con Bonfil Batalla en que para lograr una democracia, una reconciliación entre lo mesoamericano y lo hispano, hay que evitar esa vergüenza hacia lo mesoamericano. Por ejemplo, durante la colonia se hizo una estricta división entre lo blanco y lo moreno. La ciudad de México en aquel entonces estaba dividida, en el centro los españoles y criollos, básicamente, y en la periferia la gente a la que llamaban “indios”. Incluso se hacían llamar la nación española y la nación india. Luego se añade el fenómeno de la muerte del mesoamericano. La población precolonial o precortesiana era de veinticinco millones de habitantes, de los cuales tres millones habitaba Tenochtitlán. Bueno, pues en la época colonial, los mesoamericanos morían en cantidades apocalípticas por varias razones, una de ellas era, literalmente, por depresión. Se dejaban morir de tristeza en un callejón atrás del palacio nacional. Se morían también por enfermedades europeas que ellos no conocían y que además nadie los trataba para curarlos. Se morían también por el genocidio hecho por los españoles de aquellos años. Como se puede deducir por sentido común, la gente no quería inclinarse por lo débil, lo vencido. Conforme pasaban los años y los siglos, se trataba de ocultar cada vez más lo mesoamericano y la población fue creando una ignorancia profunda acerca de su pasado “indio”.

Por ejemplo, también, la mayoría de los miserables, pobres e ignorantes son morenos de rasgos precortesianos. Podría decirse que es obvio, ya que la mayoría de los mexicanos son morenos, pero entonces por qué no se aplica lo mismo al sector beneficiado, ahí es al revés, porque son blancos de tipo europeo.

Se observa en la sociedad que cuando en una familia, generalmente ignorante y/o vulgar, nace un hijo moreno y otro blanco o “güero” como se diría coloquialmente, se le da preferencia y se le otorgan privilegios al “güerito”. Estos ejemplos de la actitud en la población desdeña lo mesoamericano. Aquí no se ve en lo más mínimo un reconciliación entre lo mesoamericano y lo hispano.

Aquí hay algo que parece importante, Ramos y Paz, autores, uno filósofo y el otro poeta, analizaron el fenómeno de la identidad del mexicano, el primero a principios de siglo y el segundo a mediados de siglo. El análisis cometido por ellos se llevó a cabo hace muchos años, pero ¿será obsoleto? ¿tendrá todavía validez en nuestra época? ¿Alguien tendrá problemas con su identidad en la actualidad? Carlos Fuentes prosiguió con el tema en varios de sus ensayos. Por otro lado, Guillermo Bonfil aseguró a principios de los años ochenta esta rivalidad en su ensayo "México profundo", reeditado varias veces y todavía modificado por el autor antes de que muriera. Así también, de manera similar Octavio Paz con su ensayo "El laberinto de la soledad". Este tema se ha ido reeditando hasta nuestras fechas y no sólo eso, sino que además se recomienda su lectura de ambos títulos desde el nivel medio superior hasta en posgrados en México y en todo el mundo. Es una rivalidad existente: “La relación entre ambos polos no fue nunca armónica ni lo es ahora; por lo contrario, es una oposición hasta hoy irreconciliable, porque descansa en la imposición de la civilización occidental y la consecuente subyugación de la civilización india.” (Bonfil, 95).

Una rivalidad existente: “Si no es posible identificar nuestro carácter con el de los grupos sometidos, tampoco lo es negar su parentesco. En ambas situaciones el individuo y el grupo luchan, simultánea y contradictoriamente, por ocultarse y revelarse.” (Paz, 66). “En la lucha que sostiene contra ellos los sometidos, los mesoamericanos nuestra voluntad de ser, cuentan con un aliado secreto y poderoso: nuestro miedo de ser. Porque todo lo que es el mexicano actual, como se ha visto, puede reducirse a esto: el mexicano no quiere o no se atreve a ser él mismo.” (66).

La identidad del mexicano depende, en gran medida, de la justicia social y del entendimiento de lo mesoamericano, de su inclusión, y, posteriormente, de la no confrontación entre lo mesoamericano y lo occidental.

¿Qué país sería un México que reivindicara su condición pluriétnica? Sería un país en el que todas las potencialidades culturales existentes tendrían la oportunidad de desarrollarse y probar su vigencia, es decir, un país con mayor número de alternativas; sería una sociedad nacional que no renuncia a ningún segmento de los recursos que ha creado a lo largo de su historia. (Bonfil, 233).

Con un lenguaje amplio y original, con una cultura múltiple y prominente, la identidad del mexicano fortalecerá la sociedad, la organización, la economía, la política, la justicia social, la justicia étnica, todo. ¡Viva México, chingaos!





Bibliografía

BONFIL BATALLA, Guillermo, México profundo, Ciudad de México, Grijalbo, 3ª reimpresión 1994.
BRADING, David, Octavio Paz y la poética de la historia mexicana, Ciudad de México, Fondo de Cultura Económica, 2002.
PAZ, Octavio, El laberinto de la soledad, Ciudad de México, Fondo de Cultura Económica, vigésimaprimera reimpresión 1992.

Diccionario Maya Popular: Coordinadores: Juan Ramón Bastarrachea Manzano y Jorge Manuel Canto Rosado. Redactores-informantes: Joaquín Medina Cabrera, Leovigildo Bernardo Tuyub Collí, Cessia Esther Chic Uc, Ermilo Yah Pech, Pedro Pablo Chic Pech, Urbano Azul Uitzil, Fermín Sosa Castilla, Desiderio Lázaro Azul Polanco, Graciliano Ché Moo; Mérida, Academia de la Lengua Maya de Yucatán, 1ª reimpresión 2004.

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