martes, noviembre 27, 2007

Cuchitril (parte tres). Capítulo último de dos.

En la base de micros ya no había movimiento. Sólo estaba un coche abandonado sin asientos y sin llantas. Nos acercamos, dentro había bolsas y cobijas. El doc tocó la ventanilla llamando a alguien. Emergió de entre los tiliches un hombre con pelo largo y barba. Bajó la ventana y dijo: ya no hay, doc. Chingadamadre, respondió el doc. Ahora qué hacemos, dije. Tendremos que ir a la cp, dijo. ¿Qué es eso? La ciudad perdida de Tacubaya, dijo sonriendo y los ojos se mostraban vidriosos. Caminamos varias cuadras y conforme avanzábamos, las calles y las casas, se hacían pequeñas. Llegamos a algo parecido a un callejón. Había gente caminando por la calle, también pasaban chavos en bicicletas pequeñas, de las que se usan para acrobacias, pero no hacían nada de eso. Un chavo de las bicis se nos acercó. ¿Qué pasó, doc? ¿Viene por gasolina? Asentimos con la cabeza y el chavo nos dijo que nos adelantáramos al final del callejón y que ahí nos veía. Llegamos y esperamos recargados en un muro de una casa pequeña. El lugar me recordó la calle, la casa donde vivió Kafka un tiempo, en las faldas del cerro, que tenía a lo alto, el castillo de Praga. Ese corredor con casas diminutas, "Zláta ulice", pertenecía a una comunidad de alquimistas que debían encontrar la forma de hacer oro para el rey Rodolfo, cientos de años atrás, y eran reconocidos como mágicos. Kafka tenía que andar encorvado dentro de la casa. En la ciudad perdida no eran tan pequeñas las construcciones, pero casi.
Recién recargados en la pared, cerca de nosotros, había un grupo de hombres jóvenes y unas dos chicas tomando caguamas. Bromeaban, se reían, albureaban a las chicas y después, de pronto, no vi cómo sucedió, los chavos rodeaban un pedazo de pared frente a nosotros. Me sorprendí cuando, uno de los de en medio se salió para que entrara otro, vi que, de espaldas a la pared, estaba una de las chavas, con las piernas separadas y con una sonrisa de placer, recibiendo a cada uno de los jóvenes que la rodeaban. Eso fue lo que vi, tal cual. Por fin llegó el diler de la bicicleta. El doc le compró ochocientos pesos de piedra. Nos salimos de ahí hacia el principio de la avenida Jalisco, donde intersecta con periférico, y caminamos unas cuadras sobre Jalisco hacia el consultorio. Llegamos, subimos las escaleras, entramos y vimos que la puerta del baño estaba cerrada y no había luz dentro. Le dije al doc que seguro se había ido su cuate. No, ahí está el pendejo, dijo. Tocamos y el doc le gritaba que abriera. Tardó varios minutos cuando se escuchó un "¿quién es?". Soy yo, pendejo, abre. El doc le contestó. Abrió: adentro se había creado un vapor de cuerpo sudado, olía de tal manera; incluso había cerrado la ventanita que daba a la escalera en espiral. El amigo estaba pálido y temeroso. Pensó que la policía podría llegar en cualquier momento para llevárselo.
En el camino de la ciudad perdida al consultorio, el doc me dijo que ya se había gastado mil ochocientos pesos. Que nunca hacía estas cosas porque su esposa lo regañaba y ya lo amenazó de que lo dejaría, pero cómo controlarse, me terminó de decir con esa frase.
Nos fumamos todo y el doc quiso ir por más. Le dije que yo ya me iba a dormir, eran como las cuatro de la mañana. Trató de convencerme, pero me pude desafanar. Me despedí y fui a dormir.
Al día siguiente me mudé. Todavía me encontré al doc en el pasillo y me saludó avergonzado, agachó tímido la cabeza. Le di una palmada amistosa diciéndole adiós.

martes, noviembre 20, 2007

Cuchitril (parte tres). Capítulo 1 de dos.

Salí de la estación de metro Tacubaya con dos empanadas y un boing de mango. Crucé la calle para llegar a mi casa: un cuarto con cocineta, construido con tablaroca. La cocina daba a la calle, protegida, apenas, por unas ventanas y una pared de metal. Abrí la puerta mientras miraba el vidrio de la puerta, que había recibido, días antes, un piedrazo. No se rompió todo, cayeron unos pedazos triangulares formando una estrella en el vidrio. Nunca supe la finalidad del acto. No robaron. A lo mejor sí querían robar y pasó una patrulla que alejó a los probables detractores. Sabrá Dios.
Era domingo y al día siguiente me largaba de ahí. Crucé el marco de la puerta y caminé por el pasilló que daba a una puerta y unas escaleras de cemento. Tras l apuerta había una bodega que usaban unos ambulantes que se ponían a fuera del metro. Subí las escaleras que llevaban a otras dos puertas. Una era la del doc, que tenía ahí un consultorio de obstetricia. Por la otra entré a un espacio donde se improvisó una escalera metálica de caracol muy angosta. Cerré la puerta y a la mitad de la subida había una ventanita minúscula, respiradero del baño del consultorio. Iba viendo los escalones peligrosos de metal, escuché que alguien me habló, miré por encima de mí y encontré la cara del doc, enmarcada en ese cuadro pequeño; estaba pálido. Le entendí que dijo: ¿Quieres una línea, vecino? ¿De coca? Le pregunté. Sí, caéle. Sí, por qué no. Voy, sólo dejo mis cosas. No tardo. Le dije. Órale, carnal. Me contestó. Terminé de subir encontrándome con un patiecito, o recibidor como lo llamaba la casera, alfombrado por pasto sintético. Tenía en frente tres puertas. Una era de un señor albañil, plomero, electricista que le hacía el mantenimiento del edificio. La otra puerta era de un cuarto desocupado y la tercera de mi casa. Dejé las cosas y bajé de nuevo. Le toqué a la puerta al doc y escuché algunos murmullos. Parecía que el doc tenía invitados. Identifiqué frases, dichas en voz baja, como: "Es la policía. ¡No abras!" "No, pendejo, es mi vecino." "Cabrón, no mames, ya nos chingaron." "Que no, güey, déjate de pendejadas. Voy a abrir." El doc me abrió. Vestía una bata blanca y debajo una camisa con corbata. Nos saludamos. Me guió al baño, donde se drogaban. Sentado sobre la tapa del excusado estaba su amigo. Se llamaba Pancho. Sólo eran dos. El doc, doc. Me dijo su nombre, pero ya se me olvidó. Esto sucedió hace cuatro años.
El doc sacó del lavabo una lata doblada, con unos agujeros en la parte doblada. No eran líneas de coca, le entendí mal, era piedra. Sobre los agujeros puso ceniza de cigarro y luego unas piedritas amarillentas. Se colocó un extremo de la lata en la boca, con un encendedor quemó las piedritas y fumó. Me invitó y fumé. Pancho también fumó. Se sentía como la cocaína fumada en un cigarro, pero intenso y duraba poco el efecto. Se tiene que fumar cada cinco o diez minutos para seguir sintiendo la piedra. Nos terminamos la lata. El doc sacó un papelito donde había más. Se terminó. Sacó un papelito nuevo. Se terminó. Descansamos tomando unas chelas que había en el refrigerador de las medicinas. Modelo Especial. Platicamos y no sé por qué me habló del EZLN y de política. También me habló de trova y del Ché Guevara. Creo que me confundió con un estudiante primersemestrino de la UNAM.
El doc me preguntó. ¿Vamos por más? Yo no, no tengo dinero. Le dije. No hay pedo, yo pago. Insistió. Bueno. Accedí. Salimos del edificio y nos dirigimos a una base de micros.

Continuará.

martes, noviembre 13, 2007

Saqueo profesional en Tabasco

Buzos profesionales robaron cuantiosos tesoros abandonados por la inundación. Es un grupo de personas que se dedican a estos saqueos en varias entidades de latinoamérica. Aprovechan la desdicha y la tragedia natural para hacerse millonarios. Son varios los integrantes. No puedo hacer la denuncia completa y dar los nombres de la mayoría de estas personas para que no tomen represalias contra mis fuentes. Pero puedo informar, tomándome algunas libertades descriptivas de los hechos, que las personas implicadas en el asunto tienen acceso a información de logística urbana, de bancos y de edificios gubernamentales, mapas y estadísticas (esto es información pública que se solicita en el INEGI), a explosivos utilizados por PEMEX, por ejemplo, para excavaciones y exploraciones marítimas, como también a materiales y herramientas profesionales de costos elevados.
Su modo de operación es simple, llegan al lugar afectado al segundo día, para dejar que escapen o se mueran posibles testigos. Trabajan por la noche para no ser detectados por la ayuda nacional de rescate de damnificados. Aunque tienen la precaución de usar disfraces y credenciales institucionales que justifiquen su presencia. Pero si alguna autoridad insinúa la más mínima sospecha hacía ellos, lo asesinan, de tal modo, que su muerte parezca accidental, fácil de lograr dadas las circunstancias.
Llegan en helicópteros a los puntos marcados en sus mapas y los buzos saltan al agua. Los anfibios inteligentes llevan consigo unas balzas que, jalando de un cordón, se inflan, por si ocurriera alguna emergencia. Se sumergen y nadan, ayudados con lámparas poderosas. Se mueven sigilosamente para no remover el lodo del fondo y perder la frágil visibilidad que apenas les permite ver esa agua que parece, desde lejos, café con leche. Con los explosivos, complejos y discretos, pueden abrir cajas fuertes y bóvedas donde se guardan todo tipo de objetos valiosos, y sobre todo, millones de billetes.
Cuando terminan de llenar sacos grandes, salen a la superficie y llaman por radio, con canales de comunicación privado, al helicóptero que los rescata inmediatamente y se dan a la fuga con toda la tranquilidad del mundo. Así lo hacen durante tres noches o hasta donde y cuando la tragedia lo permita.
Esta noticia no se infiltra a los medios de comunicación por impunidad y corrupción, influencias que se permiten algunas de las personas que están detrás de estos acontecimientos tan oportunistas como viles.






{REEEPORTANDO DESDE LAAA IMAGIIINACIOOÓN DE RAAAY GOOKO}.

{NO TE PUEDO PERMITIR QUE HAGAS ESTO. ESTE ACTO ES UNA IRRESPONSABILIDAD ENORME}.

{MMM. RUY GUKA AL RESCATE. MUY TARDE. COMO VES YA ESTÁ HECHO}.

sábado, noviembre 10, 2007

Yo



Aquí estoy pedo y pienso en lo que nunca obtendré. ¿Cómo qué? No importa, nunca lo obtendré.