sábado, julio 15, 2006

El cuchitril (parte 1)

Viví un tiempo en Tacubaya, frente a una de las salidas del metro. Av. Jalisco estaba en la esquina de mi calle. Tenía cerca av. Observatorio, que luego se convertía en Alta Tensión. De ese lado estaba, no del Viana y el Bodega Aurrera. Por si alguien entiende ese mapa maldito, lleno de ignorancia y suciedad.
Vivía en un cuchitril protegido con muros de tablaroca, era un segundo piso; en el primer piso había un consultorio de obstetricia maloliente; en la planta baja era una bodega que se la rentaban a unos comerciantes informales que se ponían sobre la banqueta de av. Jalisco, de mi lado, donde había una base de micros. En mi piso había otro cuchitril por rentarse y un cuarto donde dormía a veces el señor que le hacía las reparaciones de ese edificio improvisado y otros que tenía la casera, una mujer gorda, vulgarsísima mal pedo, que se pintaba el pelo de güero, con facha de las mujeres que salen en programas mañaneros de televisa y azteca.
Mi cuchitril daba hacia la calle. Era una especie de herradura: entraba por una puerta metálica, pasaba por un pasillo estrecho de unos dos metros de largo, llegaba a un cuarto que se componía de una mesa, una alacena y una cocineta. La mesa y la alacena, parecían un regalo de Viana a la primera vieja pedorra que pasara por la calle y a la que le gustaría un pedazo de basura. Así. La cocineta consistía en una parrilla de dos quemadores sobre una repisa de cemento con azulejo, junto al lavatrastes. Luego de la repisa de cemento seguía una pared metálica con ventanas que daba a la calle y que en las noches, cuando se ponía un bocho con unas bocinas de antro vomitando por sus portezuelas y ventanas cosas como "mayonesa", de Thalía o de Moenia casi todas las noches, mi ventanal temblaba mucho.
Pasaba el pasillo, derecho me encontraba con lo que ya puse, y para la izquierda era otro cuarto, con una pared de tablaroca entre los dos cuartos, ahí estaba una base con su colchón. Por suerte yo traía el mío. El que estaba ahí tenía moho y manchas desconfiables. Le dije a la casera hija de la chingada que ese colchón ya no servía. Puso una cara la estúpida casi como si yo fuera un ingrato. Pensé que chalet, estas madres y peores se las rentan a gente que no se queja para nada, al contrario lo agradecen. ¿Por qué renté ahí? Por pendejo. Estaba desesperado por salirme de la casa de mi padre, además sentía que lo merecía o que lo tenía que vivir. Estuvo rudo, pero creo que valió la pena. Luego de la cama, seguía un ropero y un escritorio del tipo de la mesa y la alacena. Luego del escritorio seguía otro ventanal más pequeño y que no era de metal oxidado, este ya era de tablaroca. Entre el ropero y el escritorio dejaba un espacio para pasar al baño-regadera de un metro cuadrado, con su minúsculo lavamanos y un calentador apenas servible y del que me quejé seguidamente. Todavía el reparador que dormía a veces en el cuarto me dijo: parece que le caes bien a la señora, hasta macetas con plantas te puso. Es que me había quejado mucho. Hasta le pregunte que si no le daba pena rentar estas pocilgas, y puso unas macetas con palmeritas en el espacio común que teníamos el reparador y los dos cuchitriles.

2 comentarios:

Edmeé Diosa Loca dijo...

uy!! suena a crónica de terror ese lugar.. que bien que sobreviviste jijiji
por cierto la Bestia ya anotó las recomendaciones que dejó en mi blog con respecto al Sr. Platón! :P

Anónimo dijo...

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