sábado, febrero 18, 2006

Quítate los pantalones

Antes que nada, todo. Después de nada, todo. "Ajá, sí", me respondió alguien en la madrugada con una banda bien borracha. Me dio igual. Qué más en esos casos. Y, claro, se deslizó entre la gente para buscarse otra compañía. Me dio igual. Yo también me deslicé. Como seis botellas para treinta personas, de las que veinte éramos las que bebíamos. Una mesa al costado, pegada al ventanal que daba a la calle oscura sostenía dos charolas de alumino rectángulares de 25 por 45 cm, contenía ceviche de carne, mu hueno. También sobre la mesa, dos charolitas antiecológicas de unicel con habanero, cebolla en rajas nadando en limón. No sé bien, pero creo que dislumbré otra charola con chicharrones baratos vigilados por un soldado gordo contenido de mucha salsa San Valentín. A diez metros, al otro lado del lugar, una nevera repleta con cubos de hielo. Bailábamos en un segundo piso dividido en dos por una escalera que te bajaba a los baños limpios, equipados con papel de baño, virando un poco a la izquierda se veía sobre el lavabo pequeño una minúscula, aunque a lo sumo olorosa, pieza de jabón que nunca se acabó; o que te subía al vocerío, al ruido de la música, para tomar un vaso de unicel bien llenado de alcohol con refresco. Estuvo divertido. Casi no bailé, no sé por qué, generalmente bailo un buen rato. Recuerdo que le conté a Gutilongo esto que sigue.

Cuando cursaba la prepa, la última en la que estuve, había un coordinador que además daba asesorías de matemáticas. Tomé algunas asesorías con él, también me enseñó algo de matemáticas más avanzadonas de las que se ven en la prepa. Ya no me acuerdo como eran, pero el caso de todo esto es que un día me invitó a su casa. Era un hombrecito de baja estatura, moreno, gordito, casado y con gemelos apenas de un año. Me había enseñado fotos de su mujer: una gringa cadavérica de esas que tienen una quijada pronunciada, gozaba de una nariz decorada de algo como salpullido, una belleza. Quedamos de vernos un sábado a las tres. Llevé mi cuaderno y mi calculadora. Esto era en Mérida, hacía calor, para variar. A Víctor, el coordinador, se le escuchaba una voz débil, enferma y poco varonil. Tenía una sospechosa amabilidad, algo excesiva, incluso fastidiosa.
Me senté en una mesa de cristal con patas de madera con bejuco. Víctor estaba en la cocina, una pequeña que tenía una barra que por encima de ella se permitía ver dentro. Me dictó algunas operaciones para que hiciera. A los diez minutos bajó su mujer. La saludé. Bajó con los bebés, estaban vestidos como para salir. Algo hablaron en la cocina. A fuera sonó un claxon, ella tomó a los bebés y una valija, así flaquita como estaba pudo con todo, y se despidió de mí sonriendo lascivamente y me dijo, "pásensela bien". Me incomodó un poco, pero seguí clavado en mi cuaderno.
Escuché vasos puestos sobre el azulejo de la barra de la cocina, seguido de hielos dentro del vaso, luego el líquido cayendo al fondo, era whisky. Mírenlo, el cabroncito sacó whisky. Me llamó a sentarme a la barra. Sonreía como su mujer al despedirse. Mmmm, me dije. A ver qué onda.
Empezamos a hablar de cualquier pendejada. Le dije que la prepa estaba de la verga, que los profes eran una mierda y que el diretor no sabía nada de nada. Sí, me respondió, que él quería llegar a la dirección y hacer los cambios oportunos. Ah, muy bien, que chingón, le dije.
Me empezó a hablar sobre estupideces de un libro como de samborns de "metafísica". No mames, ¿lees esas mamadas, y así quieres ser director? Bueno, la neta es que cualquier pendejo podía ser director en esa escuelucha de porquería. Insistió en hablarme de esas mamadas del libro. Se detuvo, quedó pensativo, se le iluminaron los ojos y luego me preguntó que si podía hacer un experimento conmigo que decía el libro. Todavía sin sospechar nada, accedí. Explicó que si una persona cambia su playera con la de otra que considera inteligente, de buena vibra, se le va a pegar. Nos cambiamos las playeras. Platicamos de cualquier mamada y de repente dijo, "ya, ya pasaron quince minutos. Ahora hay que quitarnos las playeras y ponerlas en el piso". Órale, dije.
Sentados a la barra, él de lado de la cocina y yo del otro, sin playeras. Veía detenidamente mi cuerpo. ¿Qué onda? Pregunté. "Estaba viendo tus bellos, tienes muchos, yo soy totalmente lampiño". Pues, qué te puedo decir. A algunos les toca y a otros no. "¿Te llegan sin interrupción hasta tu pubis?" No sé. "A ver." No.
Me puse mi playera a pesar de la insistencia de él por quererlas dejar más tiempo ahí para que se pudiera cumplir la estupidez metafísica de su estúpido libro para retrasados mentales y que a lo mejor ni salía ahí esa mamada y sólo lo inventó para seducirme. Sí, obvio.
Quería ver hasta dónde llegaría con esa farza seductora para convencerme de que le meta la verga. Me puse mi playera. Ya nos habíamos tomado varios whiskys. El pendejo estaba muy pendejo, seguía insistiendo con cosas de mis bellos o mis brazos o cada cuando me la chaqueteo. En ese tiempo yo aguantaba más el alcohol que ahora y eso que ahora aguanto bastante, bebiendo tranquilamente, no de jalón cada vaso.
Dieron las cinco de la tarde. Intenté cambiar de tema varias veces, algunas resultaron y conseguí que me platicara un poco de su mujer. Me dijo que no le gustaba, que desnuda se veía horrible, que se casó con ella para no estar soltero a su edad, que no se veía bien. Pobre tipo. Lo entendí un poco. La sociedad yucateca es pendeja, metiche, díscola, ignorantísima de cualquier humanidad, vulgar y siniestra. Castigaban la homosexualidad severamente. Y el pobre imbécil estaba totalmente influido y temeroso por esta sociedad jodida cerebralemente. Superficial al extremo. JODIDA.
Seguí observándolo. Me invitó a sentarme a la sala. Sacó una botana de filadelfia con ritz y más whisky. Estaba sabroso el whisky. Él estaba en un sillón y yo en otro. Toda una película porno en donde el protagonista era él y la víctima inocente, que no conoce la vida, y que caería en las redes del hipócrita cobarde era yo. Me preguntó que si se podía quitar los pantalones. Estás en tu casa, ¿no? Le respondí. Se rió y se los quitó. Ya se le notaba el alcohol en el cerebro. Yo estaba tranquiqui, observando. Su cara comenzó a deformarse, se convertía en la cara de un vagabundo que pedía dinero, fingiendo estar enfermo en el piso, tirado, lleno de mugre recién puesta para el papel.
"Me voy a sentar junto a ti" Bueno, le dije. "Ay, Ruy, que bueno que eres mi amigo. Yo no tengo ningún amigo, tu eres el único. Pero, quítate los pantalones para que estemos igual, como amigos." No, no es necesario, creo que es suficiente diciéndotelo. "Quítatelos." No. ¿Oye, tienes más whisky? Ésta ya se acabó. "No sé." Pus ve a ver. "Sí. Mira, aquí hay una nueva" Vientos, cabrón, tú sí que eres un buen cuate. "Pero no te has quitado los pantalones."
Cabeceaba un poco de borracho. Se hacía el borrachín. Tenía muy bien hecho el numerito, quién sabe a cuantos güeyes de la prepa no se trajo a su casa para mamarles la verga. No podía creer la forma tan estúpida de seducir indirectamente a un muchachito como lo era en ese entonces. Así cabeceando de la nada dejó caer su cabeza hacia mi vientre e intentó desabrochar mi pantalón. Tomé su cabeza con una mano y la quite despacio hasta que quedó sentado normal.
¿Qué onda? Así que te gusta la verga. Te hubieras ahorrado todo el teatro, me hubieras dicho que te gusta la verga y te hubiera invitado a que mejor platicaramos o que mejor me fuera y así no perderías tu tiempo y tampoco habías hecho el ridículo. Dije.
Terminado lo dicho él sacudió la cabeza e hizo como que despertó diciendo: "¿Qué, qué pasó? ¿Por qué me dices esas cosas? ¿Por qué? ¿Qué pasó? No recuerdo nada."
Guau, increíble, órale, que orate. Me sorprendió sobremanera el colmo de su credulidad, de su astucia fracasada, de su incapacidad de ver lo pendejo que era. Increíble.
Pues, que eres guey. Me quisiste sacar la verga y mamarla. ¡Eres guey! Está bien que te guste la verga, no te preocupes, tu secreto queda a salvo conmigo. No hay pedo. Tengo cuates gueys que no tienen pedos en la cabeza como tú y viven tranquilamente. Todo está bien. Y, bueno, creo que ya me voy. Dije.
"¡Nooooo! ¡De qué hablas!" Se alocó y fue a sentarse a otro sillón. Histérico se agarró la cabeza y sacudió su pelo, negando todo lo que dije. Órale. Que no mamen. ¿Ya ven qué pasa en una sociedad tan lacra y jodida como la que se ve en nuestro querido país? ¡Qué tipo! Y todavía falta el gran final.
Me levanté del sillón en dirección a la puerta hacia las escaleras gritando que sacaría la pistola de su cuarto y se mataría. No, que onda. Ahora se volvió un chantajista-sicópata-suicida. Seguí caminando a la puerta y me fui.
Después en la escuela. Me detuvo a la salida cuando estábamos saliendo todo el alumnado. Estaba nervioso y tartamudeaba. No dejé que terminara lo que trató de empezar y le dije: "Oye, Víctor, no hay pedo, sé que te gusta la verga y no diré nada, pero acéptalo, vive como eres y cálmate." Se puso pálido con lo que le dije, sobretodo porque lo decía con seguridad y en voz normal, casi alta, él volteó hacia todas partes y me hizo un ademán de que bajara la voz. Logré que lo aceptara, pero tenía lleno de miedo el rostro, qué miedo, era terror y palidez enfermiza. Imagínense, tenía miedo de perderlo todo: trabajo, familia, un lugar en la sociedad, todo su mundo, su único mundo, hubiera sido catastrófico.
Así fue,el resto de tiempo que seguí en esa prepa jamás me buscó. Por suerte no se puso más pendejo como para provocar de alguna manera que me expulsaran de la escuela o una mamada así. Tuve suerte.

A Gutilongo no le pude contar todo como ahorita, pero pus aquí sí. Gutilongo se fue a platicar con otra persona y yo me deslicé hacia la botella para servirme otro vaso de alcohol.

2 comentarios:

Plaqueta dijo...

Pobre güey, me conmovió.

El pinche Micky® dijo...

jajaja, que historia tan darky, me reí mucho aunque creo que no la pasaste nada bien, que patético personaje.