Uf, ahora sí que hace mucho tiempo no escribo ni una línea en este blogsito.
Ahora vivo en otro departamento en un edificio viejo que no está restaurado en absoluto y eso lo hace parecer todavía más antiguo. Lo bueno es que pago menos de renta y mi cuarto es mucho más grande que el anterior, además de tener dos rumis chicas, una italiana bien agradable y una checa igualmente agradable. El otro día llegué con una amiga que se quedó a dormir conmigo y cuando pasé por el pasillo que lleva a todos los cuartos, los de ellas estaban abiertos, saludé a mis rumis, mi amiga también saludó y yo me sentí en verdad como todo un gallo porque ellas sabían a qué venía mi amiga y yo sentía que ellas sentían eso.
Me siento bien con mis rumis nuevas, a veces salgo y las veo en chortitos o en falditas o en camisones cortos caminar por el depa e incluso agacharse para tomar algo en el fondo del refri o para levantar algo del piso. Son vistas que antes, en el depa anterior donde vivía, no tenía. Bueno, en el depa anterior, con mucha suerte, disfrutaba de otra vista, a las ventanas de un hotel donde se podía ver salir a una mujer joven del baño con una toalla y cambiarse casi frente a la ventana sin timidez alguna.
Pero me gustaría no pensar tanto en mujeres y concentrarme más en la literatura. Medito sobre ello, en serio. Pongo en la balanza el peso de mi interés por las mujeres, tengo treinta y dos años, me queda poco tiempo con mis sobras de la juventud, así que concluyo que está bien aprovechar este tiempo en ello, pero por otro lado pienso, tengo treinta y dos años y me queda poco tiempo para escribir otras cosas siendo todavía joven, además de publicarlo, mostrarlo y que se lea. Así estoy casi todos los días entre esta balanza donde las dos partes pesan mucho e igual, a veces una más que la otra, incluso cuando camino me voy de un lado y luego del otro cuando compiten estas dos preocupaciones por su grado de importancia durante mi caminata por la banqueta hacia mi trabajo a Las Adelitas.
Frente a mi cuarto hay un departamento donde creía que había muerto alguien hasta que anoche cuando llegué a las tres de la mañana vi que estaban encendidas las lámparas de cada uno de sus cuartos. Antes parecía muy tétrico, las cortinas viejas a punto de deshacerse en polvo, las ventanas opacas, cajas y botellas de plástico abandonadas durante tres semanas, y plantas cada vez más amarillas y cafés. Anoche, con las luces encendidas, ya no se veía tan tétrico, las lásmparas eran blancas y bonitas, hubo algún movimiento en el cuadro de las cajas y botellas de plástico vacías. Hoy en la mañana, las plantas se veían rehidratadas, se levantaron dos centímetros de su joroba por el abandono, pero anoche no vi a nadie que caminara entre los cuartos llenos de luz. Seguramente pronto veré a alguien en cualquier momento. Ah, ¡ya!, vi a alguien, sí, una mujer de unos treinta y tantos años, guapa y melancólica. Híjole, me acaba de ver y se escondió en el fondo del departamento.
Ahora vivo en otro departamento en un edificio viejo que no está restaurado en absoluto y eso lo hace parecer todavía más antiguo. Lo bueno es que pago menos de renta y mi cuarto es mucho más grande que el anterior, además de tener dos rumis chicas, una italiana bien agradable y una checa igualmente agradable. El otro día llegué con una amiga que se quedó a dormir conmigo y cuando pasé por el pasillo que lleva a todos los cuartos, los de ellas estaban abiertos, saludé a mis rumis, mi amiga también saludó y yo me sentí en verdad como todo un gallo porque ellas sabían a qué venía mi amiga y yo sentía que ellas sentían eso.
Me siento bien con mis rumis nuevas, a veces salgo y las veo en chortitos o en falditas o en camisones cortos caminar por el depa e incluso agacharse para tomar algo en el fondo del refri o para levantar algo del piso. Son vistas que antes, en el depa anterior donde vivía, no tenía. Bueno, en el depa anterior, con mucha suerte, disfrutaba de otra vista, a las ventanas de un hotel donde se podía ver salir a una mujer joven del baño con una toalla y cambiarse casi frente a la ventana sin timidez alguna.
Pero me gustaría no pensar tanto en mujeres y concentrarme más en la literatura. Medito sobre ello, en serio. Pongo en la balanza el peso de mi interés por las mujeres, tengo treinta y dos años, me queda poco tiempo con mis sobras de la juventud, así que concluyo que está bien aprovechar este tiempo en ello, pero por otro lado pienso, tengo treinta y dos años y me queda poco tiempo para escribir otras cosas siendo todavía joven, además de publicarlo, mostrarlo y que se lea. Así estoy casi todos los días entre esta balanza donde las dos partes pesan mucho e igual, a veces una más que la otra, incluso cuando camino me voy de un lado y luego del otro cuando compiten estas dos preocupaciones por su grado de importancia durante mi caminata por la banqueta hacia mi trabajo a Las Adelitas.
Frente a mi cuarto hay un departamento donde creía que había muerto alguien hasta que anoche cuando llegué a las tres de la mañana vi que estaban encendidas las lámparas de cada uno de sus cuartos. Antes parecía muy tétrico, las cortinas viejas a punto de deshacerse en polvo, las ventanas opacas, cajas y botellas de plástico abandonadas durante tres semanas, y plantas cada vez más amarillas y cafés. Anoche, con las luces encendidas, ya no se veía tan tétrico, las lásmparas eran blancas y bonitas, hubo algún movimiento en el cuadro de las cajas y botellas de plástico vacías. Hoy en la mañana, las plantas se veían rehidratadas, se levantaron dos centímetros de su joroba por el abandono, pero anoche no vi a nadie que caminara entre los cuartos llenos de luz. Seguramente pronto veré a alguien en cualquier momento. Ah, ¡ya!, vi a alguien, sí, una mujer de unos treinta y tantos años, guapa y melancólica. Híjole, me acaba de ver y se escondió en el fondo del departamento.