jueves, marzo 26, 2009

Bestialidades III

R. G. salió del tren suburbano, ese que abre las puertas del vagón con sólo apretar un botón, y caminó por el andén hacia la salida de la estación Cuatitlán. Ah, pero antes de subir al tren en la estación Buenavista, estaba en el Chopo: buscaba la serie completa de María la del barrio, obra de culto por su alto nivel artístico e intelectual. Buscó en todos los puestos, pero en todos y cada uno de los locales improvisados le dijeron que ya se les había terminado, no obstante le ofrecían cosas superficiales y vulgares como Fitzgeraldo de un tal Igmar Bergman, nombre que le repitieron detenidamente y varias veces a petición de R. G., porque si fuera por la vendedora, no le hubiera dicho nada: tenía cara de qué hueva con este pendejo o algo por el estilo.
R. G. se fue desilusionado del Chopo y se encaminó al tren para regresar a su casa. Dentro del vagón, se sentó junto a la ventana y, para su sorpresa, bajo el asiento de enfrente, encontró la serie que buscaba, olvidada por algún ángel, pensó R. G.. Estaba rebozando felicidad por cada poro de su cuerpo. Así llegó a Cuautitlán y se dirigía a la salida de la estación cuando lo detuvo la famosa pandilla de porristas de Cuautitlán Izcalli. R. G. se quedó quieto mientras veía cómo lo rodeaban, las miraba desde el rabillo del ojo. Soltó una bolsa donde tenía la serie de María la del barrio. Estiró los dedos y empuñó las manos, listo para defenderse. Las porristas vestían de rojo con azul, salvo la líder que iba de negro. R. G. tenía empapada la frente y le temblaba el muslo izquierdo. Vio cómo la de negro hizo una indicación con la mirada y las demás atacaron. Fue una pelea brutal, el pobre R. G. no pudo hacer mucho, aunque se defenció como un león, un auténtico héroe. Lo inmovilizaron en menos de media hora. La gente de la estación de trenes se alejaba sin la menor intención de intervenir en semejante injusticia, todos le tenían miedo a las porristas de Izcalli. Tomaron al derrotado, pero magnánimo R. G., de las manos y pies, lo alzaron y colocaron, con ayuda de cuerdas y tubos, como cabrito listo para asar. Él miraba sin poder creer lo que le pasaba, el cómo le quitaban la ropa con sus bocas, lo humillaban, lo violaban, fue una violencia nunca antes vista, y no es que no haya habido tanta, es que R. G. tuvo muy mala suerte. Luego cada una de las porristas le lamía el cuerpo y le embarraba obscenamente sus curvas. La líder del grupo quitó a las demás de su camino con un movimiento de la cara y se quitó los calzones. R. G. sabía que era un crimen atroz el que hacían con él, pero aún así decidió colaborar para que no le fuera peor y se permitió una erección... Finalmente, lo que pasó luego de todo el suceso, es que R. G. llegó a su casa triste, decaído, cansado, flagelado y corrompido. Tenía todavía la bolsa que llevaba, pero con los DVD rotos.

jueves, marzo 12, 2009

Bestialidades II

T. entró al metro junto a mucha gente, la mayoría hombres. Estaba acostumbrada a la agresividad sexual en el subterráneo, en la calle, en todas partes. Pero se enojaba mucho cada vez que recibía un piropo malsano o vulgar, no le gustaba en lo más mínimo. Pensaba que estos hombres, sabía que no todos lo hacían, sufrían de una ignorancia profunda y una represión sexual mocha y absurda en sus hogares, desde su niñez hasta en sus últimos años. Se enojaba, pero no tanto, trataba de entenderlos: no era su culpa ser nacos y estúpidos. El sentimiento de inferioridad, la falta de identidad, la religión, la educación, los medios masivos, la política les imponía esa personalidad, era su único mundo conocido. Inlcuso llegaba a sentir lástima por ellos y con mucho esfuerzo lograba tranquilizarse.
Por otro lado, el papá de T. la llamó puta frecuentemente conforme pasaban los años de su niñez última, su pubertad, su adolescencia y su juventud temprana, hasta que lo mandó a la verga, como solía decir después de dos cervezas o encarrilada en el tema. T. se convenció que cualquier cosa que hiciera con un hombre podría ser juzgado como hecho por una puta. Luego decidió que se llevaría con los hombres como se llevan entre ellos y sin darse cuenta, en la adolescencia, se rodeó con puros amigos. Tomó clases de Sho to kan y Kick boxing. Hablaba como hombre y actuaba como tal. Además de que le encantaba estar cerca de ellos: de repente se cogía, se fajaba, se besaba o, tan sólo, coqueteaba con alguno. Superó la violencia medieval profesada por su padre.
T. entró al vagón y, empujada por los de atrás, terminó en las puertas de enfrente. Por suerte no quedó apachurrada, pero sí estaba pegada a un tipo desagradable. T. sintió la mala onda del tipo, le dio desconfianza su cercanía y sus movimientos. Se alejaba de él y éste se acercaba. Le dijo que no se acerque, que qué le pasaba. El tipo se enojó, le dijo "ay, ni que estuvieras tan buena" y se pasó una mochila, la tenía a la espalda, para adelante y así no tocarla. T. quedó frente a frente con el tipo, sólo los dividía la mochila. Ninguno de los dos podía moverse por tanta gente que había en el vagón. De repente, T. sintió un dedo que le rascó la vagina. Tenía una falda larga y de tela ligera que el tipo levantó con facilidad y rapidez. Le tocó con fuerza el entrelabiado, se enganchó como anzuelo en el pez. Se dio cuenta que era el mismo hombre, había pasado su mano por debajo de la mochila. T. casi se desmaya de la impresión tan desagradable e indigninante, pero tomó fuerza, miró con rabia al tipo y, con furia en los ojos, le dio un puñetazo en el pecho, casi le detuvo el latido del corazón. Cuando se recuperó el psicópata, el criminal, para colmo, empezó a decirle de cosas: "pinche vieja loca. No te hice nada, ni que estuvieras tan buena." Y mientras el tipo decía sus cosas, T. se asustó porque nadie hacía nada, el vagón se encontraba lleno y nadie hizo nada, ni miraban la escena. El tren llegó a al estación y T. salió con fuerza sin antes golpear otra vez al violador y asesino en potencia.

viernes, marzo 06, 2009

Bestialidades I

G. salió de un café en Coyoacán. Cruzó la plaza con su fuente en medio. Vestía con una falda verde olivo y una blusa blanca para no sentir tanto calor. Salió contenta del café, se le veía alegre, como si hubiera recibido la noticia de una chamba. G. tenía facciones amables y era una mujer guapa. Llegó a la esquina donde hay un local que vende paletas y helados. Se detuvo y miró su reloj. Pareció recordar algo y aceleró el paso. Cruzó la calle que divide las dos plazas y pidió un taxi. Paró un tsuru y ella se subió. Avanzaron dos cuadras y el chofer volteó la cabeza para decirle algo. Ella se puso pálida, nerviosa y temerosa. El chofer se estacionó en esa misma calle donde pasaba la gente. Adelante y atrás del taxi pararon dos autos. Del primero salió un tipo y entró al taxi, a la parte de atrás, y violó a G. Terminó y regresó al auto. Del segundo bajó otro tipo que entró al taxi e hizo lo mismo. Finalmente, el taxista se pasó a la parte de atrás para alzarle la falda, abrirle las piernas manchadas de sangre. G. gritaba desde el primer criminal que tuvo encima, pero la gente que pasaba sólo miraba por la ventanilla y al notar algo perturbador retiraba la mirada de inmediato y aceleraba el paso. Había un policía en cada esquina que, al parecer, no habían notado nada. G. gritaba con desesperación cuando el taxista la penetraba. Varias veces recibió una cachetada, seguramente para silenciarla y para que cooperara. El primer tipo le había mostrado una pistola, se la había metido en la boca y la sacaba para mostrarle el otro auto y al chofer. El taxista se pasó frente al volante. El auto que estaba atrás se emparejó al taxi y bajó otro tipo, uno que no había participado, y le abrió la puerta, algo le dijo, y con una pistola le indicó que se fuera. G. estaba con la mirada perdida, despeinada, con la falda sucia y lastimada de la cara. La gente se alejaba de ella. Los autos criminales desaparecieron de la calle. G. trató de hablar con un policía pero no logró comunicarse con él, entre los nervios, el shock, etc. se le dificultó mucho poder explicar lo que pasó. Retuvo su bolsa con ella, por suerte, y sacó de ella un celular. Habló por teléfono y alguien fue a buscarla.

lunes, marzo 02, 2009