lunes, marzo 31, 2008

Escenarios con putería. Fascículo 2 (parte III)

A huevo, pensé, sería estupendo poder ir al privado. Armando y mi padre esperaban mi respuesta. Sí, va. Respondí.
La verdad es que recuerdo que me puse nervioso, no sabía exactamente lo que pasaría. ¿Significaba coger? Si sí, ¿la ficha incluía condón? Esperaba que sí porque no lo tenía y no iba a introducir mi artefacto, el único que tenía, carente de garantía por anomalías virales, sin protección. Pensé también, de verdad, no lo estoy inventando ahorita, recuerdo bien que no asimilé bien el hecho de que podría cogerme a una total extraña. Digo, entendía perfectamente que la chava recibía un pago por hacer lo que hacía, pero aún así era un ser humano, no sé, divagué de esa manera a lo mejor porque era muy joven, tendría unos diecisiete o dieciocho años.
Se acercó a nuestra mesa una mujer morena de curvas poderosas, con un culo grande y unas tetas naturales, redondas y medianamente grandes. El pelo era negro, largo y con ondulaciones esponjadas. Le di la ficha que me había dado Armando, me sonrió y creo que se alivió de que no tenía que hacerlo con alguno de esos dos vejetes de mi misma mesa. Mi padre me observaba y yo trataba de no evidenciar mi nerviosismo. Dejé que ella me tomara la mano, me levanté de la silla con la mayor naturalidad posible, y seguí a la morena. Me guió tras la cortina del fondo del salón, subimos unas escaleras y entramos a un cuarto rodeado por un sillón de cuero, creo que era de cuero. Le pregunté su nombre, le pregunté de dónde era, le pregunté si había estudiado algo o si trabajaba en otra cosa. No me acuerdo de sus respuestas. Pero sí de que le dije que me gustaba pintar, jaja, y que guradaría su imagen para hacer un cuadro y luego, al siguiente año, en que regresaría al DF, le traería, a ese mismo club, el cuadro para que lo viera, jaja. Ella no se emocionó con lo que le dije, sólo me miró algo extrañada. Ya déjate de mamadas, me dije. Me sentó en el sillón y le pregunté que qué haríamos. Me puso un dedo en la boca y se sentó encima de mí. Tenía puesto un bikini negro y empezó a mover el trasero enorme encima de mi picha ya erecta. Se movía con destreza, pus sí, ¿no? Me dieron ganas de besarla, ¡besarla! Me dijo que no se podía. Bueno. Le acaricié la cintura, las nalgotas redondas y firmes, los senos, y ella luego se hizo a un lado el bikini. Me dijo que esto iba por su cuenta. ¿Ah, sí? Gracias, le respondí. Me prendí mucho y quería cogérmela, pero no se podía. Que lástima. Me había caído bien, era una chica agradable.

lunes, marzo 24, 2008

Escenarios con putería. Fascículo 2 (parte II)

Nos vimos en el departamento de Armando. Nos subimos al auto de Armando. Estábamos su hijo, el de la PGR, mi papá, nuestro anfitrión y yo. Él vivía en la Juárez, en la misma colonia de la putería. No fuimos muy lejos de donde estábamos. Pero recuerdo, que en el camino al centro nocturno, pudimos platicar un poco. Armando, que era simpático y pispireto, nos contó un chiste. "Dos enanos deciden irse de vacaciones a Las Vegas. En el bar del hotel conocen a dos mujeres hermosas y cada uno la lleva a su cuarto." Y putísimas, interrumpió mi padre y se rió entre dientes con movimientos de su cabeza hacia abajo. Armando siguió con el chiste. "El primer enano queda decepcionado porque no consigue que se le pare. Su depresión aumenta cuando escucha gritos desde el otro cuarto: ¡uno, dos, tres... upa! durante toda la noche. En la mañana siguiente, el segundo enano le pregunta al primero. ¿Cómo te fue? El primero le contesta, fue algo muy penoso. Simplemente no pude conseguir que se me pare. El segundo enano se le queda viendo y le dice. ¿Tú crees que eso es penoso? ¡Yo no siquiera pude subirme a la cama!"
Nos reímos todos, alguno por cordialidad y otro con una risa sincera.
Llegamos al centro nocturno, o putero, como se le llama normalmente. Armando le dejó el auto al "valet parking" y luego entramos por una puerta iluminada con luz de neón que apenas nos permitía ver nuestro alrededor. Un tipo trajeado nos recicbió a la entrada. Armando le dijo algo que no pude escuchar y el trajeado llamó por su radio a alguien. Apareció otro hombre vestido de traje, delgado, con lentes, que saludó amistosamente a Armando. Luego nos hizo pasar al interior y nos condujo a una mesa frente al escenario, a la pasarela esta con sus tubos relucientes. Nos sentamos. Vimos el show. Las mujeres eran diferentes a las que se mostraron en el Chac Mol.
Yo miraba el show algo aburrido. El espctáculo no era bueno y las mujeres no mostraban su vagina como lo hizo aquella del Chac Mol. Por lo menos no de la misma manera tan insistente como aquella vez. Pero bueno, me acabé mi cerveza y pedí otra. El contador pagaba. Eso había dicho. El caso es que yo no pagué ni un céntimo.
De pronto vi que Armando le dijo a mi padre algo en el oído. Mi padre se rió y le dijo que no. El otro ignoró su negativa y llamó a una chava que rondaba por ahí, la tomó de la mano y la sentó en las piernas de mi padre. Éste casi se va para atrás de la silla. Se puso nervioso y la quería levantar por la cintura para que se pusiera de pie. El contador le daba palmaditas en la pierna y en la nalga indicándole que no le hiciera caso al señor. Mi padre me miró, lo noté algo avergonzado y de inmediato él mismo se levantó obligando a la mujer a que hiciera lo mismo. Uy, bueno, dijo Armando. Mi padre, con el rostro abochornado, regresó a su asiento.
Oye, pero cómo. Me imagino que no vas a querer ir al privado. Ya compré unas fichas. Dijo el contador. Mi padre, por supuesto, se negó rotundamente. El hijo del otro escuchó ficha y se le encendieron los ojos, se levantó y desapereció tras unas cortinas al fondo. Armando y mi padre me miraron. ¿Qué?, les dije. ¿Le damos a tu hijo la ficha? Pues si él quiere, dijo mi padre.

domingo, marzo 16, 2008

Escenarios con putería. Fascículo 2 (parte I)

El Chac Mol quedó en el pasado. Muy en el pasado. Recuerdo otra ocasión en que asistí a otro centro nocturno. Esta vez sucedió en el D.F. Mi padre tenía un contador que era hijo de un alumno suyo. El alumno de mi padre tenía unos setenta u ochenta años, era jubilado de la honorable armada de México y lo recuerdo bien porque le gustaba invitarnos a comer barbacoa al estado de Hidalgo, creo, no recuerdo tan bien, pero el caso es que era muy lejos. Íbamos en su bocho.
El señor tenía muchas arrugas, muy hundidas, y una sonrisa honesta. Estaba frente al volante con sus lentes oscuros grandes y una gorra militar con sus insignias importantes, tan importantes que alguna de esas veces, que íbamos en su bocho, nos detuvo la policía y no le hacían nada. Hubo un policía que no cedió ante la gorra y el señor le enseñó sus credenciales. Nos dejaron ir. La policía lo paraba seguido porque manejaba como si conduciera el solo por las calles. Inluso tenía una escuadra en la guantera.
Bueno, pues este señor respetaba y estimaba mucho a mi padre; estos sentimientos se los heredó a su familia: su hijo, que era de la edad de mi padre, la esposa del hijo, sus dos nietas y un nieto. Era tanto el sentimiento de estima hacia mi padre que, esto me lo chismearon, hubo una insinuación de ellos para que mi padre desposara a la nieta, que tenía unos veintitantos, casi treinta, y mi padre fingió demencia ante esta sugerencia.
Yo vivía en Mérida y visitaba a mi padre en fechas decembrinas básicamente. El alumno, Agustín, ahora recuerdo su nombre, junto con su familia nos invitaban a mi padre, a mi hermano y a mí a desayunar a un hotel de la Zona Rosa. Era de ley.
Agustín falleció y la amistad de su familia siguió. El hijo, Armando, se había ofrecido, en alguno de esos desayunos, a llevar la poca contabilidad de mi padre. Así que, además de la amistad, siguió también una relación contable. Armando no le cobraba. A cambio de eso, cuando mi padre iba a verlo a su oficina, cerca del monumento a la revolución, Armando le platicaba su vida, de los problemas que tenía con la esposa y con las hijas.
En una de estas visitas, estando yo de vacaciones en el D.F., mi padre me platicó que Armando le había preguntado si conocía los centros nocturnos y mi padre le había dicho que no, que no había tenido la oportunidad de asistir a alguno. Entonces Armando lo invitó y mi padre le dijo que no le interesaba. Pero yo le dije que, chale, cómo se había negado, que hubiera aceptado y que yo sí quería ir. Mi padre me respondió que ah, pus, bueno, por qué no, que sería como objeto de estudio, nada más. Ajá, sí, le dije. Y sin decir más, tomó el teléfono, le marcó a Armando y quedaron de verse el fin de semana siguiente. Como le había dicho que iría yo, Armando tuvo la idea de invitar también a su hijo, que trabajaba en la PGR y era unos diez años más grande que yo. Nos quedamos de ver en la casa de Armando y de ahí nos fuimos a un centro nocturno de la Zona Rosa. Le gustaba esa zona.

sábado, marzo 01, 2008

Escenarios con putería. Fascículo 1 (parte II)

Qué nombre. Chac Mol. Antes era un hotel, luego se convirtió en centro nocturno que incluía servicio de cuarto. Mamar caminaba en la banqueta, taciturno y con las manos metidas en los pantalones. Vergasalas silbaba algo y caminaba en la calle. Les pregunté si querían entrar. No hay dinero, me respondieron. No importa, podemos entrar, ver y salirnos. Bueno, respondieron desganados -los diálogos no fueron exactamente como los digo aquí; tan buena memoria no tengo-. Vergasalas se tropezó al subir a la banqueta. Casi se cae. La entrada era una puerta metálica y negra. Antes esa puerta era la salida de emergencia. La puerta principal de lo que era el hotel estaba a la vuelta, siempre cerrada. Donde bailaban las chavas era lo que había sido el restaurante del hotel. Entramos, el piso tenía alfombra café oscura y sucia. En medio de la sala estaba la pasarela de exhibición, no sé cómo se llame exactamente por donde caminan las talentos, y al final y en medio de la pasarela había un tubo. Las mesas y las sillas eran todavía las que usaba el restaurante, las mesas de madera y las sillas de metal, acolchonadas con tela negra de plástico, rellena con hule espuma. Llegamos a la parte final de la sala, hasta donde llegaba la pasarela cuando nos vinieron a ofrecer una mesa. No, gracias, le respondió Mamar al mesero cuando visualicé a un güey, como de nuestra edad, que recibía una cubeta de chelas y saludaba al mesero con algún apodo. Estaba solo. Lo reconocí, era un cuate con el que había estudiado la secundaria y jamás lo volví a ver hasta ese momento en el Chac Mol. Me acerqué y también me reconoció. Me invitó a sentarme. Le dije que estaba con dos cuates. Nos invitó a los tres a sentarnos y nos ofreció una chela a cada uno. Recuerdo que era muy amable y estaba de buen humor. En la secundaria le decían Becho, se llamaba Bernardo, pero todos lo llamaban Becho. Descubrí que seguía haciéndose llamar igual porque el mesero se acercó y le preguntó: "Todo bien, Becho". Sí, todo bien, respondió el otro. Platicaba con él de cómo había estado cuando una chava que, sobre la pasarela, se agachó frente a nosotros, como si hiciera una sentadilla, y nos mostró alegremente su vagina abierta. Debo reconocer que en ese momento me tomó de sorpresa y quedé impactado. Vergasalas y Mamar también, sostenían la chela en el aire mientras miraban fijamente hacia la entrepierna de la chava. Becho era el más normal. Parecía acostumbrado, incluso parecía que la chava le sonreía confiadamente. Luego nos sonrió a todos, nos mostró orgullosa la panocha, acercó el vientre, abrió más las piernas y trataba de hacer para atrás los muslos lo más que podía. Luego se despidió de nosotros con un moviemiento de cabeza, se puso de pie y siguió con su show.

Escenarios con putería. Fascículo 1 (parte I)

Ya fuera de mamadas de homenajes y chiderembalias (esta sección fue dedicada al gran mundo tan maravilloso, tan importante, de la publicidad) quiero platicar un poco de mis experiencias en lugares cerrados donde la gente se desnuda. Donde la gente se desnuda por completo. A ver, a ver, aclaremos esto de "la gente", la gente no se desnuda, más bien la gente está vestida y observa a una o más personas desnudas. A ver, a ver, ¡pelos, pelos!
La primera vez que entré a un lugar como estos, llamados "puteros" en México, fue en Mérida, Yucatán. En la linda Mérida. Era la época en que todavía asistía a la prepa, la prepa mexicana tan inteligente. Eran las tres o cuatro de la madrugada. Estaba con dos amigos, Vergasalas y Mamar, en una fiesta dentro de una casa en la calle 55 o 53 del centro de la ciudad. Había un tipo gordo y alto en la entrada, vestido como rapero o cholo, era gringo y se veía totalmente ridículo, con cadenas de oro, tatuajes y una gorra en la cabeza. Adentro de la casa se escuchaba música electrónica a todo volumen. Casi no había gente. Un güey treintón o mayor estaba en las consolas poniendo música, instalado en un cuarto que, al asomarme, pude ver objetos y decoraciones de casa habitable. No se podía entrar a ese cuarto. El resto de la casa tenía las paredes pintarajeadas. En el suelo se pisaban charcos de cerveza y refresco con alcohol. Había un patio pequeño, como de unos cuatro o seis metros cuadrados, donde bailaban dos güeyes, uno sin playera y el otro con ella; cabeceaban a desritmo y movían los brazos torpemente. Tenían los párpados semicerrados, ya sea por sueño, ya sea por pachecos, ya sea por borrachos o ya sea por esas tres a la vez. Nada interesante esa fiesta y no había viejas. La música me gustó. Mis amigos y yo buscamos algo qué servirnos. Encontramos un bacardí añejo y había una botella de coca cola. ¿Qué mejor? Además veníamos de otra fiesta, o de mi casa, y habíamos bebido y fumado mota. Así que estábamos no muy exigentes, pero la fiesta era una porquería. A lo mejor llegamos tarde. Le pregunté cómo había estado la fiesta a un tipo que estaba hablando con otro sobre música electrónica y video arte o algo por el estilo, hablaba muy mal el mexicano, y era mexicano, gritaba lo que decía y tenía expresiones orales y faciales del clásico farol provinciano que uno puede encontrarse fácilmente en cualquier parte. Me respondió: Qué te puedo decir, güeey. Gente bien prendida vino a lot, inteligeente. Ya sabes, que saben qué onda. Vinieron hermosas mujeres también, bellas...
Me alejé de él y le fui a preguntar lo mismo al gringo grandote de la puerta. Me respondió: no buena. Ha estado igual toda la noche. Un poco más gente antes, tranquilo, bien.
Terminé de beber mi segundo vaso y fui por mis cuates que estaban en el patio. Nos fuimos de ahí y caminamos una cuadra, en la esquina estaba el putero llamado "Chac mol".