martes, agosto 28, 2007

Sin que nadie cante

La hormiga caminó por el pasillo. El techo era demasiado alto, parecía un cielo triste y oscuro. Las paredes a los costados la miraban con nostalgia. El foco en lo alto del pasillo, apagado, fundido, sonrió por su agonía. El suelo plano, limpio, sin una mínima brisa. La hormiga, desesperada, notó cómo se alargaba el pasillo tendido hacia la eternidad. La vista, ya opaca. Arrastró sus patas blindadas. Todo su cuerpo era blindado, pero sólo por fuera. Por dentro, el veneno hacía su efecto mortal.

viernes, agosto 24, 2007

¡Tsssssss!

En una parrilla se fríó un chorizo. ¡Tsssssssss! Antes de llegar a ese momento había preguntado. ¿Tienen hamburguesas? Y me contestó una cabeza que mostraba únicamente la cabellera -vieja, maltratada y grasosa-, de una mujer mayor, por entre la rendija de un puesto metálico de tortas: bueno, eso depende de si tiene mucha hambre o poca. Si tiene mucha, pus lo mejor es una torta, llena más. Y la hamburguesa, pus, ta buena, pero no llena, es comooo... Le ayudó Ruy Guka a terminar: como una botana. Ándele, así mero.
Me quedé pensativo. ¿Qué haré? ¿Me comeré una hamburguesa o una torta? Ya es de noche y sólo desayuné. Creo que tiene razón la cabellera. Y le dije a la señora: una torta de chorizo con quesillo porfavore.
¡Tsssssssss! En la parrilla.
¡Tsssssssss! En mi estómago.
¡Tsssssssss! En la noche cerveza.
Al día siguiente escalofríos, mareos, dolor de cabeza, cansancio extremo.
Comenzó la matasón en mi estómago. Comenzó a tragar mierda el excusado. Comencé a pensar en mi país paupérrimo. Pero no por mucho tiempo. Debía correr al baño.
La torta fue el viernes.
El domingo acostado, no podía moverme. Por suerte estaba en casa de mi amiga más amiga. Ella me cuidó. Bueno, trató de hacerlo, no se podía hacer mucho. Yo estaba adolorido, durmiendo casi todo el tiempo o en el baño. El lunes quería ir a trabajar a una onda que era sólo ese día. Pensé que a lo mejor se me quitaría. No. Amanecí peor. Tenía mi piel pálidamente moribunda. Mi amiga más amiga y yo fuimos a urgencias de la clínica 9 en san Pedro de los Pinos. Me veía realmente enfermo y la recepcionista me preguntó si venía a consulta. ¡No! A urgencias. Ah, qué tiene. Una infección estomacal. Me miró con su cara de pendeja, casi retrasada mental. ¿Cuántos días lleva con la infección? Este es mi tercer día. Su compañerita le dio un leve codazo discretísimo y, como si no pensara, reaccionó de inmediato diciéndome que pase con las enfermeras a que me tomen la presión.
Pasé. Tenía un poco de temperatura y demasiado baja la presión. Salí de nuevo. Me senté en las sillas de espera, afuera, frente a la recepcionista estúpida y a lado de mi amiga más amiga. Me movía lentamente, con dificultad.
El tiempo siguió su curso durante un rato. Alguien gritó mi nombre. Una vez. Me dijeron que pase con la doctora (médica en realidad) Zarate. Me senté frente a un escritorio paupérrimo con una máquina de escribir del año del caldo. Sentada en una silla de fonda había una gorda horrible, con rimel más ancho que sus pestañas, unas tetas con las que podrían hacer carnitas para veinte personas y con un cabello corto como el de la cabellera que me preparó la torta. Le describí lo que sentía. Me acostó en una camita junto a mi silla. Me tocó el estómago y le dio unos golpes para ver si no tenía sirrosis. Dijo que podía sentarme en la silla otra vez. Escribió en la máquina. Luego dijo. ¿Por qué no veniste ayer? Seguramente para no faltar a tu trabajo y justificarlo. Dile a tu esposa que te dé mucha fruta. Vivo solo, le dije. Ah, que mal. Los hombres solos son un desastre. Tienes que comer bien. No debes comer en la calle. Dile a alguien que cocine o ve a casa de tu mamá. Yo sé cocinar, le dije. Tienes que comer nutritivamente y con limpieza. Ensaladas con aceite de oliva, verduras, pescado, pollo y pocas carnes rojas. En eso giró la cabeza hacia su compañera, a otro escritorio a medio metro de ella, y se puso a platicar diez minutos. Luego, casi sorprendiéndose de que yo estuviera ahí, miró su máquina de escribir, sacó la hoja, me la dio y dijo: sácale una copia ahorita. Le das la copia a la enfermera que te atendió y tú te quedas con la original. Salí a las sillas de espera. Le dije a mi amiga más amiga que onda y ella fue a sacar la copia. Yo me quedé sentado y adolorido. Regresó. Tomé la copia. Entré de nuevo a urgencias. Le di la copia a la enfermera. Estuve hora y media acostado en una camilla. Me dieron tres botellas de suero por intravenosa con una inyección de antibióticos en cada botella. Terminó de caer la última gota de suero al tubo que conectaba con una vena de mi muñeca. Me quitaron la aguja. La enfermera me dijo que no debo comer esto y aquello. Puro caldito de pollo, ¿no? Le dije. ¡No! Claro que no. El pollo es muy irritante, por hacerlos crecer rápido. Ah, no sabía, le dije. Sí, así es, eso pasa porque la gente no lee. Terminó diciéndo la enfermera, con una mirada regañona. Me dieron medicina para un día. Por ahorro. Sobreviví esta vez en este país mío y paupérrimo.
Salí de ahí con el color recobrado. Apenas hoy, viernes, termino de recuperarme. El chorizo estaba pasado.

miércoles, agosto 22, 2007

Ya voy

Ya posteale. Ya posteale. Ya posteale. Ya posteale; ya posteale; ya posteale, ya posteale, ya posteale ya posteale ya postealeyapostelae postelae y a postelae a y p o s t e a l l ee yya aay.
-¡Ya, Goko, deja de jugar con los coments!